Por R. Federico Mena-Martínez Castro
Esta palabra debe asumir la más alta solemnidad, ya que es la mayor y noble representación de la República.
La vemos flamear impoluta, trasuntando la misma pureza del cielo que la vio nacer y serena como esa firmeza que inspira, apacible en las batallas y generosa en las victorias.
Emociona hasta las lágrimas verla ondear alegre al compás de los vientos en su armonía tricolor, reproduciendo firmamento y sol para constituir en el alma de los argentinos de corazón, la casa de la amistad, de la decencia y del esforzado estímulo del trabajo.
Es quizá el más sagrado de los lábaros, pues jamás tremoló sobre el dolor de los ocasionales vencidos, como así también de justo castigo hacia los opresores pues tiene la libertad por madre, fructificada en fuerza gigantesca tanto en los triunfos corajudos como en los goces de las glorias.
Fue la compañera fiel de nuestros próceres preclaros, San Martín, Belgrano y Güemes que pareciera se desposaron confiadamente en ella, donde en su azul prístino pareciera no haber pasado ninguna nube como tampoco la oscuridad de ningún crepúsculo ni el ultraje a la dignidad humana.
Así es como hay que amar sin retaceos nuestro sagrado lábaro, pues como nosotros, también la amaron los valientes guerreros que nos precedieron para transitar la patria que hoy vivimos envueltos en un fervor enérgico, siempre bajo esa aureola tricolor que nos denomina.
A pesar de lo que hoy nos acontece no se nos está permitido decaernos, pues pensando en la bandera se nos agiliza la pupila soñando con orgullo la visión opulenta de un futuro supremo en vahos de victoria. Los sudores del trabajo fructificarán en espigas doradas desde el seno de la tierra o en el emporio de la montaña con su germen mineral en explosiones triunfales de máxima energía.
Para ella, toda la potencia del cerebro, la fuerza del músculo y los fulgores de la decencia y del honor que deben coronar la conducta de los hombres de bien, para así sentir en intensidad toda esa emoción de ser argentinos, opulentos de tradiciones que constituyen la Catedral de la libertad de América.
Es necesario hoy más que nunca salvar de la mediocridad el cuño nacional que en estos momentos languidece en manos de la incoherencia de los que nos dirigen y nos llevan a nombrarnos tributarios.
No desesperemos, pues Dios mediante el día de la Ascensión se pregusta próximo en ferviente invocación. Que así sea.