Por R. Federico Mena-Martínez Castro
En estos tiempos tan convulsionados donde la patria atraviesa momentos quizá límites en su devenir, las ojeras del olvido en que nuestra nacionalidad y sus instituciones amenazan naufragar de la mano de la irresponsable conducción política a que una patria que hubo de tener un futuro venturoso, hoy se ve envuelta en chispas que amenazan llamas de destrucción afirmando el improperio.
La oposición consciente quizá esté a tiempo de frenar la acción irreverente de un cristinismo opulento de maldades y nefastas decisiones sin recordar un día como aquel, que debió ser de gala sobre la América toda, donde se ofició la misa mayor y virtual de la independencia argentina, obligándonos hoy a mirar al suelo en gesto de sumisión de glebas.
El problema es muy hondo y peligroso, para lo cual limpiemos las ojeras que nos entristecen y mediante nuestra lucha, levantemos la cabeza para avizorar un día radiante e inmenso, donde nuestras pupilas absortas puedan ver los actuales abismos en clamoreos de libertad y decencia.
El combate
Esta batalla, realizada en la mañana del 20 de noviembre de 1845, trata sobre el intervencionismo de las potencias europeas más importantes del momento sobre nuestro territorio joven prácticamente recién emancipado de la Metrópoli española y desangrado por la salvaje guerra civil que había llenado de luto páginas de nuestra historia.
No fue un hecho casual debido a la también salvaje autoridad con que el dictador Juan Manuel de Rosas aherrojaba a la Confederación Argentina. No fue un hecho que realmente les importara, tanto los degüellos como los asesinatos acontecidos a cada momento; no era esta una cuestión que ellos quisieran encarrilar. Aquí los derechos de los hombres nada importaban, sino que más que ello, sucedía que, durante el siglo XIX, comenzaba a desarrollarse la expansión colonialista europea impulsada por el desarrollo tecnológico al que habían accedido las potencias mencionadas anteriormente; esto las inducía a la guerra de conquista de tierras y consecuentemente a la apertura de nuevos mercados.
La prepotencia de estos países, tendrían como teatro de operaciones en un primer momento al Lejano Oriente, Oceanía y luego al Continente Africano. También la América Latina era como decíamos anteriormente una presa apetecible en grado sumo, pues allí se encontraban las materias primas para alimentar a millones de hombres, lo que aseguraba a estas potencias un comercio de pingües beneficios.
Había que buscar un pretexto, como el que realizaron en San Juan de Ullúm, en Méjico, frente a Veracruz, cuando destruyeron a cañonazos la fortaleza con el fútil pretexto de que unos marineros mejicanos habían comido unas golosinas de un pastelero francés sin habérselos pagado.
Todo esto transcurría en el año 1838, fecha, en que Francia comienza el primer bloqueo contra nuestro país. En nuestro territorio también fueron motivos injustificados, como ser el apresamiento de un ciudadano francés acusado por delitos comunes. Se generó entonces un conflicto diplomático de proporciones en que el Vicecónsul de Francia interviniera y el gobierno de la Confederación le desconociera prerrogativas para participar en el asunto. Esto motivó la presencia de la poderos flota francesa, con el pretexto de infligir a “la invencible Buenos Aires un castigo ejemplar, que será una lección saludable a todos los estados americanos… Corresponde a la Francia hacerse conocer, si quiere que se la respete….”.
En el Río de la Plata no se repitió la hazaña de San Juan de Ullúm; aquí el pueblo rechazó el bloqueo y estrechó filas en la emergencia. San Martín entonces escribe a Rosas la primera carta ofreciéndole su colaboración desinteresada. Se suceden el ínterin algunas cuestiones que terminan en el tratado de Mackau-Arana, en 1840 que no conformara a los franceses ni tampoco a alguna fracción del unitarismo.
Para aquel entonces se realizaban misiones diplomáticas ante los países beligerantes, como la del Vizconde de Abrantes que, desconfiando del poderío de la Confederación solicitaba directamente la intervención de la escuadra anglo-francesa para derrocar al dictador. También fracasó la gestión de Florencio Varela quien entrevistara a Lord Aberdeen, para que a cambio de las mismas razones, ofreciera la independencia de Entre Ríos y Corrientes. El General Paz lo relata en sus Memorias. Fue un desafortunado pedido, el hecho de pretender amputar el territorio nacional.
La principal finalidad de este bloqueo, fue la libre navegación de sus barcos, por nuestros ríos interiores, y la creación de nuevos Estados-tapones como el de la República Oriental del Uruguay, que facilitarían el control político de la región. Se pretendía como estrategia la balcanización del país. Cuando estaba por desatarse la ignominiosa agresión en el Plata, un periodista francés independiente, Emilio Girardín denuncia en el diario “La Presse” de París, la injusticia de esta actitud y el papel de idiota útil desempeñado por Francia desde 1808.
Según el General Tomás Guido, en carta a San Martín, le dice que, la verdadera causa de la intervención anglo-francesa, se debía a una mera cuestión de intereses, pues los pingües negocios realizados por Inglaterra, eran monumentales al ser dueña de la Aduana de Montevideo. Por otra parte los parlamentarios franceses, consideraban también al Uruguay como su propia colonia.
San Martín advertía a los países europeos los siguiente: (…) En conclusión 8000 hombres de caballería del país, y 25 0 30 piezas de artillería, fuerzas que con mucha facilidad, puede mantener el General Rosas, son suficientes para mantener en un bloqueo terrestre a Buenos Aires, y también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de 20 leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso. Tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará.”. También decía: “ que los ganados, el primer alimento o más bien el único en el pueblo, puede ser retirado en muy pocos días a distancia de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte, y los pozos de las estancias in utilizados«.
Recordemos que en el año 1845, la Banda Oriental, se encontraba en medio de una guerra civil entre los caudillos Manuel Oribe y Fructuoso Rivera. Oribe buscó el apoyo de Rosas para recuperar su gobierno, perdido ante Rivera, que era apoyado por Brasil. La flota de Rosas bloqueaba ya el puerto de Montevideo. Por su parte Oribe había entrado a la ciudad, con el aporte financiero y de armamentos de Rosas. Esta actitud fue tomada como pretexto para que las potencias extranjeras exigieran a Rosas el retiro de la escuadra. Al rechazar Rosas la intimación, la escuadra fue tomada por la flota combinada. No les resultó demasiado difícil dado que ya en aquella época Inglaterra, Francia y Estados Unidos de Norteamérica, habían desarrollado las naves de vapor.
En el año 1811, es decir poco después de la Revolución de Mayo, don Hipólito Vieytes, recorrió las costas del Paraná buscando el sitio más conveniente para instalar defensas ante la eventualidad de un ataque de naves realistas. Consideró que el lugar elegido era La Vuelta de Obligado debido a sus barrancas altas y al pronunciado recodo, que obligaba a las naves a recostarse contra la costa. Estas anotaciones fueron consideradas por Rosas, de manera que decidió que allí serían instaladas las defensas. Algunas familias indígenas que vivían en la zona fueron desalojas para construir las mencionadas defensas.
En el mes de agosto de 1845, Lucio Norberto Mansilla, padre de Lucio V. Mansilla, fue autorizado a construir defensas artilladas, mientras enviaba al Sargento Mayor Julián Bendim, al mando de ciento setenta y tantos soldados de caballería y de infantería, para proteger la ciudad de un posible desembarco anglo-francés.
Las fuerzas enemigas estaban integradas por 22 buques de guerra y 92 buques mercantes. Las tropas argentinas, al mando de Lucio Norberto Mansilla constaban de seis buques mercantes y sesenta cañones de muy poco calibre. El enemigo contaba con 418 cañones y 880 soldados. El río en La Vuelta de Obligado, medía 700 metros de ancho y el general Mansilla había ordenado tender tres gruesas cadenas sobre lanchones a todo lo ancho del río. Esta obra fue realizada por el italiano Aliberti.
La disparidad de fuerzas era abismal, especialmente en lo que se refiere a la artillería y a los buques a vapor, algunos parcialmente acorazados. Las baterías argentinas fueron cuatro: Restaurador Rosas, al mando del General don Álvaro de Alzogaray, la segunda, denominada General Brown, al mando del Teniente Brown, hijo del Almirante; la tercera la General Mansilla, al mando del teniente de artillería Felipe Palacios y la cuarta, aguas arriba, de reserva, Manuelita Rosas, al mando del Teniente Coronel Juan Bautista Thorne. Además, prepararon trincheras, y una dotación de 2000 hombres al mando del Coronel Ramón Rodríguez, jefe del Regimiento de Patricios?se encontraba preparada para reforzar la lucha. El único buque de combate “El Republicano” estaba al cuidado de las cadenas instaladas por Aliberti.
Lamentablemente por razones de espacio, no puede describirse el desarrollo de la batalla, heroica en grado sumo, donde las fuerzas de la Confederación perdieron la batalla, la batalla táctica, pero no la batalla diplomática. Tuvo esta conflagración, la virtud de que los países de América del Sur cambiaran sus sentimientos hacia la Confederación Argentina, a pesar de Rosas.
El General San Martín, desde Francia decía en carta su amigo el General Tomás Guido:
“Ya sabía la acción de Obligado. ¡Qué inequidad! De todos modos, los interventores habrán visto por esta muestra que los argentinos no son empanadas que se puedan comer sin dar más trabajo que abrir la boca. (…) esta contienda en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España.
El sable corvo adquirido por San Martín durante su estancia en Londres, poco antes de morir deja mandado en el artículo 3º de su testamento: (…) el sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur, le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla”.
Pensamos que quizá este haya sido el único hecho destacable que motivara esta decisión, pues no admite la más mínima consideración, que el Padre de la Patria haya avalado su sangrienta gestión de gobierno. Tampoco debemos olvidar quienes fueron los jefes de ambas facciones beligerantes: Por la Confederación Argentina estuvo el General Lucio Norberto Mansilla, casado con una hermana de Juan Manuel de Rosas.
Muchos nombres y hechos de heroísmo quedaron para la historia, por lo cual el día 20 de noviembre quedó registrado como el día de La Soberanía Nacional.