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VIDA Y ESTILO

Consejos para principiantes: cómo elegir y disfrutar los buenos vinos argentinos

A continuación, una serie de consejos para aprender a disfrutar de un buen vino.

Vino
Freepick

El vino encierra todo un abanico de aromas, sabores y colores. Si sos principiante, acá van unos consejos para aprender a disfrutar de los buenos vinos argentinos, saber analizar sus aromas y colores como lo hace un sommelier o un eximio amante de esta bebida, tan antigua que parece existir desde que el mundo es mundo.

Podés recorrer Argentina, donde en el valle Calchaquí o en Mendoza conviven los más variados sabores, y las distintas cepas combinan con manjares típicos como las empanadas o el locro. Es el momento ideal para degustar los vinos de bodegas cuyanas como Catena Zapata, Monteviejo o Susana Balbo. En el valle Calchaquí decanta la magia de Bodega Federico Mena Saravia, en Hualfín, un valle de ensueño.

Claro está que ser principiante ahora no es lo mismo que haberlo sido años atrás. El mundo del vino era solo para aquellos que lo vivían, sea por tradición bodeguera o por conocimiento específicamente adquirido.

De un tiempo a esta parte, y sobre todo con la apertura global del mundo de cara a Internet y a las redes sociales, podemos decir que estamos ante un antes y un después. Las puertas se abrieron para los jóvenes, brindando acceso a este cosmos que, lejos de ser elitista, incluye a todo aquel que quiera conocer y disfrutar una buena bebida, más allá del esnobismo propio que cunde cuando algunos pretenden convertirlo en una puerta de difícil acceso, embanderándolo con una estandarte clasista y elitista.

El vino, mucho más que un esnobismo

Dejando de lado el querer pertenecer al mundo del vino para integrar una elite de conocedores, lo mejor es tomarse esta tarea en serio, para lo cual lo aconsejable sería empezar por los vinos más ligeros, los blancos y rosados, conocidos como vinos jóvenes porque una vez producida la fermentación alcohólica son embotellados y están listos para ser catados.

El chardonnay y el sauvignon blanc serían los indicados para estos paladares, ávidos de sentir la frescura, sumada a las notas cítricas y florales que desprenden de acuerdo al suelo y al clima donde creció la vid.

No podemos descartar para esta etapa un buen rosado, el vino femenino por excelencia, favorito como aperitivo y excelente compañía de un almuerzo frugal veraniego. Este tipo de vino tiene sus orígenes en el valle del Loira, el Anjou rosado del Loira, y en Burdeos reinaba el vino claret, que se caracterizaba por su pálido color. Hoy lo llamaríamos vino rosado, porque la gama de colores va desde el rosado intenso tipo frutilla, pasando por un magenta y llegando a la absoluta palidez.

Y… ¿qué pasa con los tintos? A no desesperar, hay tintos aconsejables para principiantes también. Los más aconsejables por su ligereza son el pinot noir y el merlot. El primero es un vino que se suele servir a 14°. Es conocido por ser muy frutal, sabor y aroma a frutos rojos, sin dejar de lado aromas boscosos donde están presentes el cuero y también la trufa, ese exótico tubérculo que crece caprichosamente en las raíces del roble y solo en determinadas regiones del mundo.

El merlot no le va en zaga. Este tipo de vino, cuya temperatura ideal para servirlo sería la de 18°, tiene un sabor afrutado, con presencia firme de taninos y es robusto, con una presencia importante de alcohol y acidez.

La cata, una materia pendiente

Lejos de parecer algo difícil, la cata no es más que aprender a identificar el vino. Perder el miedo es esencial, amigarse con la copa, acariciarla y estar listo para conocerlo, como si de una conquista se tratara.

Para la cata necesitamos tres de los cinco sentidos que tenemos, y en este estricto orden: vista, olfato y gusto. Clavar la vista en la copa es esencial. Descubriremos los distintos matices de color contrastando preferentemente con un paño blanco de fondo. Así emergen el brillo y la luz de las distintas tonalidades. Los blancos van desde el dorado al amarillo intenso, y los tintos abarcan los distintos tonos rojizos.

Acto seguido acercamos la nariz a la copa, girándola levemente y tomándola del tallo para evitar que el elixir cambie de temperatura. Así, sin más, solo queda sentir los aromas inspirando profundamente. Este es el momento en que todos los sentidos explotan y los recuerdos afloran en los más variados perfumes: cítricos, chocolates, florales, cuero, frutos rojos en una sinfonía perfecta.

Llegó el momento final de llevar el vino a la boca, procurar que recorra el paladar para identificar la acidez, la dulzura y el espesor que se conoce como cuerpo. A tener en cuenta para los vinos tintos también se puede evaluar los taninos, que son derivados de los polifenoles y se distinguen por darle un sabor astringente y amargo.

Para conservarlo en condiciones óptimas, el vino tiene que estar en lugar seco y oscuro, con temperaturas bajas. Una vez abierto, lo mejor es en la heladera con tapones especiales o conservando el mismo corcho.

Ahora solo resta imitar a Ernest Hemingway, como plasma en su “París era una fiesta”. Nada mejor que un buen vino para maridar la compañía de buenos amigos. En su caso se trataba nada menos que de Gertrude Stein y Scott Fitzgerald, escritores y compañeros de vida, de la buena vida, esa que se puede dar en París, o, por qué no también en nuestro valle Calchaquí.