En el este de Francia encontramos la provincia de Borgoña, hoy reconocida a nivel mundial por sus uvas Pinot Noir y Chardonnay. La provincia comprende las regiones vitivinícolas de Côte de Nuits y Côte de Beaune. Hacia 2011, el área total de viñedos de Borgoña era de 28320 hectáreas, de las cuales, el 61% consistía en vino blanco, el 31%, en vino tinto y el 8%, sparkling.
Historia antigua
Para el tiempo en que los romanos conquistaron Galia, en el 51 a.C., el territorio que hoy es Borgoña estaba habitado por celtas que ya cultivaban vides. A comienzos del siglo XXI, se desenterraron los restos de un pequeño viñedo datado en el siglo I d.C., aparentemente destinado a los habitantes de una villa romana. Asimismo, algunas tumbas en el cementerio de Corgoloin presentaban representaciones grabadas de lo que parece ser un dios celta ostentando una vid en la mano derecha, como así también grabados de uvas. Una vez desintegrado el Imperio Romano, Borgoña pasó nuevamente a manos bárbaras: francos, alamanes y vándalos.
El registro más antiguo que se tiene de palabras de alabanza dedicadas al vino de Borgoña datan del período merovingio. Gregorio de Tours, quien compuso la Historia de los francos en el 591, declara que las colinas al oeste de Dijon producían un vino noble, similar al falerno. Viniendo de un latinista de la alta Edad Media, ello supone la máxima estima posible. Tanto ese vino, como las aguas cristalinas de los manantiales de la ciudad motivaron su propuesta de que Dijon fuera una sede episcopal. En el 587, el rey Gontrán I cedió un viñedo a la Abadía de San Benigno en Dijon; y en el 630, el Duque de Borgoña otorgó una serie de ellos, ubicados en Gevrey, Vosne y Beaune, respectivamente, a la Abadía de Bèze. Los comienzos de la viticultura monástica de Borgoña dieron inicio en estos tiempos merovingios.
La influencia monástica
Nobles, campesinos y monjes cultivaron la vid durante el reinado de Carlomagno, cuando la estabilidad política trajo consigo la prosperidad. Los Borgoña medievales deben su reputación principalmente a los monjes y los monasterios. Ellos tenían una serie de ventajas respecto a los demás cultivadores, principalmente arquitectónicas. En efecto, la presencia de sótanos y depósitos para madurar el vino los ponía por encima de los vasallos. Sin embargo, su mayor ventaja fue quizás la costumbre de registrar e inventariar los tiempos y procedimientos que, eventualmente, contribuyeron a una mejoría sistemática.
La primera orden monástica en poseer viñedos a gran escala fue la de los benedictinos de Cluny. Hacia 1273, merced de fieles laicos, la orden llegó a poseer todos los viñedos en el área de Gevrey. Destacablemente, en 1232 la Duquesa de Borgoña concedió a la Abadía de St. Viviant los viñedos ahora conocidos como Romanée-Conti, La Romanée, La Tâche, Richebourg y Romanée-St-Vivant. Por su parte, la orden del Císter contribuyó de manera significativa al descubrir que las distintas parcelas de vid daban distintos vinos. Asimismo, repararon en la importancia del terruño y comenzaron a diferenciar entre las variedades de Crus.
Los tiempos modernos
La mayoría de los viñedos se mantenían en manos de la iglesia y la nobleza durante el estallido de la Revolución de 1789. Desde 1791, los viñedos fueron vendidos, normalmente divididos entre varios propietarios. Borgoña prosperó con el siglo XIX gracias a la mejora en los sistemas de logística, con la apertura del canal de Borgoña, y más aun con la constitución del ferrocarril París-Dijon en 1851.
Por supuesto que también hubieron dificultades: la plaga de filoxera norteamericana en el este de Francia, el estallido de las dos Guerras Mundiales y la depresión económica de los treinta supusieron grandes adversidades para el mercado vinícola. Borgoña se mantuvo relativamente a flote durante los años aciagos gracias al trabajo mancomunado y cooperativo. Otra práctica habitual fue el embotellado por parte de los propios productores, lo cual dio paso al embotellado de dominio.