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VIDA Y ESTILO

La historia del vino en Argentina

Desde la conquista y hasta el siglo XIX, la actividad vitivinícola en lo que eventualmente sería la República Argentina se consolidó, no obstante una serie de impedimentos, como escenario fundamental para la producción de vino.

Cabernet Sauvignon

La historia del vino en Argentina es tan intrigante como inspiradora. Quizás uno de los grandes emblemas nacionales contemporáneos, el vino argentino goza de una reputación y una distinción especial a nivel mundial. Muchos son los casos de celebridades que han decidido emprender en el mercado de los vinos argentinos, dadas las aptitudes naturales de nuestro territorio para su producción.

En tiempos de la conquista

Los primeros colonos españoles llegados a América, muchos de ellos monjes, cargaban consigo los especímenes vegetales más relevantes para su alimentación y los ritos religiosos. Así, el olivo, la vid y la higuera acompañaron las fundaciones de los primeros terruños de lo que luego sería la República Argentina. Según consta en documentos del Archivo de Indias, la vitis vinífera (es decir, las cepas aptas para la producción vinícola) desembarcó en las Antillas durante el segundo viaje de Cristóbal Colón. Sucede que, en regiones tropicales, ni la vid ni el trigo pudieron prosperar. No obstante, en regiones tales como los actuales Chile y Perú, pudieron arraigarse viñedos cuyos frutos fueron aptos para la producción de buenos vinos y hasta uvas para consumo y pasas.

Asimismo, México también devino en un centro próspero para la existencia de la vid. Existe la creencia, según la cual, Hernán Cortés dictó la orden a sus subalternos de plantar diez cepas de vitis vinífera por cada nativo que lograran dominar. De manera que, en cada nuevo establecimiento forjado, se plantaba un viñedo. La cepa que brotó en los territorios conquistados se denominó «Criolla«. Esta variedad se reprodujo a través de semillas desde la actual California hacia el resto del continente. Mientras tanto, en el costado occidental de los Andes, en lo que hoy es la República Argentina, se situaron viñedos de notable relevancia, cuyos vinos ostentaban cualidades sobresalientes.

Los grandes asentamientos

Fueron tres las corrientes colonizadoras que poblaron el territorio argentino y que satisfactoriamente introdujeron el cultivo de la vid durante la conquista española. La primera de ellas provino, principalmente de España, y se asentó en el Río de la Plata alrededor del año 1536. La segunda arribó desde el Perú, donde ya se habían cultivado viñedos, e ingresó por el norte, extendiendo los cultivos, asimismo, por Chile y Bolivia. La tercera de ellas llegó desde el oriente, atravesando Chile, y dio inicio a su conquista y ocupación en 1561 con la fundación de Mendoza. Es de aquí que provienen las primeras estacas y semillas de vid que se cultivaron en «la madre de ciudades», Santiago del Estero.

Por esos años, en Mendoza, el vino se elaboraba a escala doméstica, lo cual no tardaría en crecer exponencialmente. De hecho, para 1600 se registró una sobreproducción de vinos que, incluso, devino problemática para España. Ello respondió principalmente a que la fertilidad de los suelos mendocinos y su clima decantaron en mayores rendimientos, vinos generosos y más duraderos. Estas cualidades competían de manera necesaria con los vinos españoles y, por lo tanto, iban en detrimento de los intereses de la corona española. Tal fue así que, en 1595, el rey Felipe II determinó la prohibición de uvas y vinos en Mendoza, edicto que posteriormente fue confirmado por el rey Felipe IV en 1628. Igualmente, este edicto logró sortearse gracias al concento a la transgresión de reglamentaciones reales so pago de un porcentaje del 2% de las ganancias obtenidas, a modo de impuesto.

Indicios de expansión

A lo largo del siglo XVIII, en la región de Cuyo continuaron los tiempos de prosperidad. En efecto, el censo de 1780 documenta una producción vinícola de 5675 arrobas de vino (una arroba equivale a 16,23 litros) por obra del clero y 10000 en estancias particulares. En lo que respecta al régimen jurídico, continuaba en vigencia la restricción de implantar nuevos viñedos, lo cual no dejaba de ser una medida poco acatada por los productores.

De manera paralela, ingresaban vinos españoles y portugueses liberados de impuestos. Ello implicaba, por cierto, una competencia desleal, sin embargo, también se sumaban otras prácticas fraudulentas de mano de comerciantes porteños con el objetivo de desprestigiar los vinos argentinos.

Ya en los albores del siglo XIX se evidenciaba un período convulso. Luego de las invasiones inglesas, y a pesar de la derrota del bando británico, Inglaterra se empecinó con la conquista económica de Buenos Aires. Así, se abrieron las fronteras a productos importados que condujeron a la progresiva proliferación de actitudes burguesas en la vida de los porteños, quienes ya se veían beneficiados, asimismo, por la álgida actividad portuaria y los ingresos de aduana.

Desde mediados del siglo XIX se promueve la inmigración y el ingreso de extranjeros cobra mayor relevancia demográfica. Mientras en Europa se desató la plaga de filoxera que hizo estragos en los ya célebres viñedos franceses, españoles e italianos, en Argentina, los inmigrantes aportaron dedicación y nuevas técnicas de cultivo de la vid que mejoraron sustancialmente la producción vitivinícola argentina. Nuestro país, librado de aquella plaga, se presentaba como tierra promisoria para el desarrollo de la actividad vitivinícola.