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VIDA Y ESTILO

La relación entre el vino y el mejor de los escritores argentinos

La literatura, en ocasiones, explora los diferentes aspectos que involucran al vino y la cultura vitivinícola; a este autor le bastaron apenas dos poemas breves para condensar la importancia del vino en la historia de la humanidad.

Desde la antigüedad grecolatina, el vino ha sido un motivo recurrente en la poética de los más diestros autores. Ya sea por las bondades que ofrece el vino o por los esfuerzos que implica su producción, los poemas dedicados al vino han poblado, y todavía pueblan, paginas de tinta a lo largo de la historia.

En esta entrega, exploraremos algunas de las más notables obras líricas dedicadas al vino y al universo que gira en torno a él. Desde poetas griegos como Homero o Hesíodo, hasta argentinos modernos como Jorge Luis Borges u Olga Orozco, el vino supone un motivo literario a la altura de conceptos más abstractos, tales como el amor, la vida, el tiempo o la muerte.

No obstante, es menester señalar que el vino no solo constituye un elemento poético elevado o propio de la alta cultura. La cultura popular ha cantado y canta al vino, prácticamente, desde el momento que la música y la literatura se separaron. En Argentina, particularmente, se produjeron canciones, tanto conmovedoras y sublimes como frívolas y bailables, que son dignas de mención.

Jorge Luis Borges

Probablemente, el escritor más importante y representativo de la literatura argentina. Jorge Luis Borges nació en agosto de 1899, en Buenos Aires, en el seno de una familia aristocrática. Un lector nato, en su juventud tomó contacto con el movimiento de vanguardia ultraísta y contribuyó de manera sensible en el ambiente literario argentino, presentando y traduciendo autores fundamentales tales como Franz Kafka, Herman Melville o Virginia Woolf.

Sin embargo, a mediados del siglo XX, Borges construyó una poética única en el mundo con sus breves y complejos relatos fantásticos. Asimismo, fue un poeta notable y, decididamente, la poesía le resultaba más sencilla que la prosa. A pesar de vivir una vida austera y casi abstemia, Borges dedicó dos loables poemas al vino: «Soneto del vino» y «Al vino«, ambos compilados en su libro de 1964, El otro, el mismo.

Al vino

«Al vino» corresponde con la función de constituir una suerte de dedicatoria al tema principal de los versos; la bebida prístina, cuya trayectoria en el tiempo se describirá a lo largo de veinte líneas. La primera estrofa del poema declara: «En el bronce de Homero resplandece tu nombre,/ negro vino que alegras el corazón del hombre». Apenas en esta primera aproximación, se caracteriza a la bebida como metonimia desde la cual el poeta evoca la figura del vino como provisión de los héroes en los períodos de victoria y disfrute en los versos de Ilíada y Odisea, probablemente, los dos poemas épicos más importantes que han llegado hasta nuestros días.

En sendos versos se enuncia, asimismo, el sentido final de todo el poema. A saber: la vigencia del vino tinto en momentos clave de la historia de la humanidad y cuya misión es la de acompañarles en los períodos cruciales. Esto podría sugerir que la propuesta del poema encuentra en el vino una representación de la alegría, es decir, una correspondencia entre elementos disímiles (la batalla y el convivio). En el verso de Borges, aparentemente, el objetivo es simplemente el de otorgar al vino un estatuto primigenio muy anterior a la convivencia de los seres humanos.

Soneto del vino

Este poema, que sigue directamente al antes abordado en el poemario, inquiere a través de una respuesta, en tres estrofas, a un suspicaz interrogante que abarca todo el primer segmento de la obra: «¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa/conjunción de los astros, en qué secreto día/que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa/y singular idea de inventar la alegría?». La respuesta asombra por su laconismo: «Con otoños de oro la inventaron». Los otoños, por supuesto, cumplen la función metonímica de referenciar al paso del tiempo. Así, el «rojo vino» supone, además de una representación de la alegría y la convivencia, un instrumento del tiempo que fluye incansablemente a través de un camino intrincado.

En esos dos poemas, Borges concede dos ideas sobre el vino que trasciende cualquier construcción simplista o costumbrista. Borges entiende que el vino constituye, más que una experiencia, una tradición. De manera tal que la humanidad puede rastrear sus orígenes a la par que los orígenes del vino. Semejante empresa podemos plantear al rememorar las mesas familiares de nuestras infancias. Creemos importante mantener viva aquella tradición. Para ello sugerimos honrar los encuentros familiares con algunos ejemplares nobles de vinos argentinos tales como aquellos que ofrece el catálogo de Bodegas Federico Mena Saravia, originarios de nuestros Valles Calchaquíes.