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ESPECTÁCULO

La temperatura adecuada para cada vino

En Argentina comienzan las épocas de temperaturas altas y entre los aficionados del vino siempre surge la pregunta acerca de si es conveniente o no refrigerar un vino.

La temperatura de los vinos es un factor tan fundamental para poder apreciar un ejemplar de calidad casi tanto como el correcto proceder de las bodegas. En efecto, como consumidores tenemos la tarea de seguir cuidando el vino para poder experimentar sus cualidades al máximo. Asimismo, podremos apreciar toda la riqueza de sus matices en lo que respecta aromas, sabores y colores.

De modo será responsabilidad del consumidor mantener el vino de manera apropiada, cuidando la exposición a la luz solar, a los posibles cambios en la temperatura e incluso la contaminación por olores fuertes. En ese sentido, es menester tomar recaudos también en la manera en la que lo servimos. En efecto, un mal servicio puede, muy fácilmente, dar por traste un soberbio vino. 

La temperatura en la que se sirve el vino es uno de los aspectos más fundamentales a tener en cuenta para garantizar una experiencia satisfactoria. En efecto, cada vino presenta requerimientos particulares de temperatura de servicio para conseguir manifestar el total de sus virtudes en las condiciones óptimas. Por todo ello, es imprescindible aprender a qué temperatura servir cada vino, así sean tintos, blancos, rosados o espumosos.

La temperatura de servicio del vino interviene directamente en sus cualidades organolépticas. Es decir la temperatura del vino afecta a el modo en que los consumidores perciben sus características intrínsecas. El vino es un producto que apreciamos a partir de todos nuestros sentidos: la vista, el gusto, el olfato, el tacto e incluso la audición. Asimismo, la temperatura también percibida de manera sensorial. Es por ello que las virtudes del vino y la temperatura de servicio precisan estar correctamente calibradas. De esa manera se garantiza que los mayores atributos del vino se evidencien sin interferencias.

En efecto, teniendo en consideración dichos aspectos, tanto el volumen, la intensidad de sus fragancias, la crianza, el frescor, el nivel de azúcar, como los taninos o la graduación alcohólica de un vino van a ser clave para poder establecer su temperatura ideal de consumo.

Algunas consideraciones generales

De manera extendida, es plausible sugerir que las temperaturas bajas disminuyen la perceptibilidad del dulzor en un vino, sin embargo, del mismo modo contribuyen en la asimilación de su acidez y de la aspereza de los taninos. No obstante, temperaturas más elevadas favorecen la percepción de la graduación alcohólica del vino. Al mismo tiempo, favorecen la sensación de un cuerpo más robusto, mitigan los taninos y habilitan la desenvoltura de aromas más elaborados. 

El secreto radica en que la temperatura debe acompañar las cualidades propias del vino y no viceversa. De ese modo, un vino blanco dulce servido a una temperatura elevada puede percibirse aún más dulce y, por lo tanto, resultar demasiado empalagoso. Así también, un vino tinto joven con taninos evidentemente marcados, si se sirve demasiado frío, puede resultar áspero y ácido en exceso. En resumen, el punto óptimo para poder apreciar las bondades de un vino, cualquiera sea, radica en la mesura y el equilibrio. 

Las temperaturas sugeridas

En consideración de lo anteriormente expuesto, y dando por sentado que cada vino es un mundo en sí mismo, así como que cada quien conoce sus gustos particulares, es posible esbozar una serie de pautas generalizadas para servir un vino a la temperatura óptima en función de las tipologías vinícolas más habituales. El margen de temperaturas se situará en un espectro entre los cinco y los veinte grados centígrados. Fuera de dicho margen no es recomendable servir la mayoría de los vinos.

Los vinos espumantes son los que deben servirse más fríos. De esa manera, se acentúa la sensación de frescor de las burbujas y el dulzor o la acidez, según sea el caso. La temperatura promedio se sitúa entre los cinco y los diez grados. Por otro lado, los vinos dulces son recomendados entre los seis y los doce grados. Estos vinos suelen caracterizarse por su alto contenido en azúcar y graduación alcohólica, como así también por su untuosidad. Las temperaturas frías o al menos bastante frescas, según el vino en cuestión, son las más adecuadas.

Por su parte, los tintos jóvenes son reconocidos por el frescor y los aromas primarios, reminiscentes al cultivo de la vid, como flores y frutas frescas. Estos vinos se sirven también frescos, pero a temperaturas relativamente más elevadas que los blancos, ya que ostentan una tanicidad y cuerpo superiores. Una temperatura entre los diez y los 16 grados, según el vino, suele ser la más apropiada. Los tintos con crianza, por otro lado, precisan algo más de temperatura para poder expresar la complejidad aromática desarrollada en el tiempo de su estancia en barrica y en botella. Esta temperatura más alta, entre los 14 y 18 grados, habilita la expresión de los aromas terciarios del vino, como así también potenciar sabores dulces y redondear sus taninos. Finalmente, para vinos tintos Reserva y Gran Reserva, se recomienda el mismo rango que para los anteriores, de manera que puedan desenvolver todo su potencial aromático.

Conclusiones

Así, resulta evidente que cada varietal de vino precisa de una temperatura particular de servicio. De manera que podemos derribar mitos vetustos, tales como que los blancos deben servirse necesariamente fríos y los tintos, a temperatura ambiente. En efecto, como hemos apreciado, este reduccionismo no considera las características y necesidades propias de cada vino, como así tampoco las diferencia de temperatura ambiente durante las estaciones.