Sabemos de sobra que la conservación del vino fue desde un principio motivo de preocupación para las principales culturas vitivinícolas. El vino es una bebida milenaria que fue objeto de culto y aprecio en diversas culturas al rededor del mundo, por lo tanto su mantenimiento fue siempre motivo de preocupación.
En efecto, en la Antigüedad, la conservación del vino supuso un desafío constante e importante, ya que no existían métodos precisos de mantenimiento y envasado. Entre los primeros antecedentes de que se tienen registro podemos contar, por un lado, con las ánforas. Las ánforas eran recipientes de cerámica empleados principalmente para almacenar y transportar los vinos. Su diseño habilitaba la ocasión de sellarlas con cera de abejas o resina de pino. Ello contribuía la prevención de la oxidación y de la contaminación.
Por entonces, también era habitual el empleo de sulfuro, que se agregaba en pequeñas cantidades al vino antes de sellar las ánforas. Asimismo, los vinos se almacenaban en lugares frescos y oscuros, tales como cuevas y sótanos, de manera que se previniera la exposición a factores adversos como la luz solar directa y el calor.
El tratamiento del corcho
Por otro lado, en la región del Mediterráneo se descubrió, alrededor del 3000 antes de Cristo, que la corteza del alcornoque suponía un material impermeable, ligero, maleable, y aislante térmico. De esa manera, primero los egipcios y eventualmente los romanos comenzaron a utilizarlo para sellar recipientes y proteger su contenido.
Ya en la Edad Media, el corcho se convirtió en un material fundamental para la incipiente industria vinícola. Los monjes y viticultores lo utilizaban exclusivamente para sellar las barricas de vino. El tapón de corcho, propiamente dicho, se estima que se instauró gracias a la monje francés Dom Pérignon en el siglo XVII, alrededor del año 1670. Hasta entonces, se empleaban tacos de madera envueltos en fibra impregnada en aceite de oliva o lacradas. Estos métodos estaban lejos de ser efectivos, ya que hacían imposible la transpiración, de manera que el vino era pasible de caer en podredumbre.
Aquel monje experimentó un tiempo con diferentes materiales que pudieran aguantar la presión a las que estaban sometidas sus botellas de Champagne, hasta dar con el tapón de corcho. Este suponía un método de cierre hermético que aislaba más efectivamente el interior de la botella que el exterior.
Con el devenir de los años, durante el siglo XIX, las botellas de vidrio se popularizaron. Del mismo modo ocurrió la industrialización de la producción de los tapones de corcho. El proceso de elaboración implica almacenar las planchas del alcornoque para luego ser hervidas, de manera que se elimine la contaminación microbiana y se mejore su flexibilidad. Posteriormente, se cortan en tiras verticales, las cuales determinarán el largo del tapón.
El desarrollo de la tapa a rosca
Sin dudas, en tiempos de modernización y pleno capitalismo, se buscaron alternativas que fueran más prácticas y económicas para la industria vitivinícola mundial. Así surge la tapa a rosca, que supone una opción más asequible en lo que respecta a sendas condiciones. Consiste en una tapa de metal con un sistema espiralado que se sella en el pico de la botella para garantizar su cierre hermético. Sin embargo, la tapa a rosca es propensa a la oxidación, lo cual supone una sentencia letal para el vino que albergue.
Frente a ella, la tapa de corcho no solo es más efectiva, sino que cuenta con la bendición de la tradición y añade una incalculable suma de elegancia. Asimismo, contribuye a la complejidad y la profundidad del vino de que se trate.
Botella, tetrabrick o pouch
En lo que respecta a los envases propiamente dicho, este es quizás el aspecto más evidente en términos de evolución en favor de la conservación de los vinos. La botella de vidrio es el envase de vino por antonomasia. Por ello mismo es también el más elegante y sofisticado. El vidrio ofrece una excelente protección contra la luz y el oxígeno, lo cual contribuye a preservar la calidad del vino. No obstante, las botellas de vidrio son pesadas y frágiles. Tales aspectos van en detrimento en lo que respecta a la logística y el almacenamiento de los vinos.
Por otro lado, en Argentina es bien conocido y difundido el envase llamado «Tetrabrick». Consiste en una caja de cartón revestida en aluminio. De alguna forma, es una opción más ecológica y práctica que el vidrio. Asimismo, es considerablemente más asequible. Sin embargo, en estos envases el vino es considerablemente más propenso a la oxidación por el contacto con el metal y la permeabilidad de las altas temperaturas.
En los últimos años se popularizó el formato «box of wine» que consiste en una caja de cartón con un pouch en su interior conectado a un pequeño grifo de plástico. El pouch es una bolsa de plástico flexible pero denso, similar a los envases de suero fisiológico, que contiene el vino. A su vez, la caja protege al pouch. Esta opción es más ligera y fácil de transportar y también es más amigable con el medio ambiente. Asimismo, su formato garantiza una conservación más efectiva en contextos tales como las catas de vino o los bares que sirven por copa, ya que el vino se conserva considerablemente mejor que en una botella cuyo corcho ya ha sido removido.