La muerte es una de las etapas de la vida que quizás congrega más personas de las esperadas. El fallecimiento de Beatriz Sarlo, tanto como sus artículos, libros, ponencias y comentarios, invitó al debate público en redes. Su funeral, a la asistencia perfecta en el CeDinCi. La ausencia de funcionarios del Ministerio de Cultura llamó la atención.
La escritora e investigadora argentina tuvo una vida llena de libros, irreverencia y polémica. Fiel a su postura de izquierda, esta intelectual siempre se mostró crítica a las dos aristas de la grieta política argentina y nunca tuvo peros en la lengua para expresar su opinión.
Así, atravesó polémica tras polémica y sobrepasó los límites de la censura durante la última dictadura militar. Habiendo dado clases en la clandestinidad y divulgado libros y lecturas que fueron prohibidas, Sarlo pasó a integrar el panteón de la cultura argentina. Su nombre integra la nómina inmortal de programas curriculares y su palabra se replicará en la web y en fotocopias de los miles de estudiantes y docentes que hay en el mundo hispanohablante. Sin embargo, la despedida de sus restos no contó con la presencia de los organismos estatales que fomentan la cultura.
El velatorio de Sarlo
El velorio se realizó en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), desde las 19 horas del martes 17 de diciembre. Este centro queda a pocos metros de Rodríguez Peña y Corrientes y es un espacio angosto y alargado.
En el fondo estaba ubicado el cuerpo de Beatriz Sarlo, a cajón abierto. Unos metros más hacia la calle la despidieron, muy pegadas las unas a las otras, unas cincuenta personas. Muchas caras conocidas de escritores, críticos, se topaban con otras, tal vez más anónimas, de alumnos, periodistas, profesores de la Universidad.
Los últimos días de Sarlo se pasaron con la compañía de tres fieles amigos. «Hablamos porque no soportamos que no haya nada que se pueda decir», reflexionó uno de los asistentes y amigo hasta el final de su vida, Adrián Gorelik. Este historiador y arquitecto fue unos de los que acompañaron a Sarlo en su internación recuerda que en Punto de vista -la revista cultural que compartieron- Sarlo se había convertido, de hecho, en quien escribía las necrológicas.
Sarlo era quien se sentaba a escribir la nota sobre la muerte de diferentes personalidades. Según indicó Gorelik, estas «no eran necrológicas que recordaran un hecho u otro de la persona sino un análisis brillante de toda su trayectoria de la persona», contó.
Pero un día, Sarlo le hizo un planteo difícil: «Yo escribo las necrológicas de todos, ¿quién va a escribir la mía?» Ahora estaba él, de pie, junto a los restos de su amiga, haciendo, «este pobre intento de recordarla». Sin embargo, nada de lo que se pronuncia en un discurso de despedida puede ser capaz de abarcar los miles de vidas que una personalidad como la de Sarlo.
Ausencia de figuras políticas
Una vida dedicada al debate conlleva el debate político. En una región marcada por el personalismo, la representación de mandatarios o funcionarios quedó reducida a la presencia del diputado Maximiliano Ferraro.
Como indicó Gastón Burucúa, con el deceso de Sarlo se acaba una época. Un tipo de intelectual, una relación con la política que no se parece en nada a la «pospolítica» moderna.
El debate sobre el legado físico de la autora, sus libros, por parte de su ex marido, Alberto Sato, quedó saldado. Los libros no se sumarán al archivo de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno y tampoco la UBA. Seguramente pasen a integrar el archivo del CeDinCi.