Aún en los casos de familias cuyos padres presentan un problema de adicción al juego, la mayoría, los padres siempre quieren y proyectan lo mejor para sus hijos. Así, por ejemplo, muchos padres cuentan con que, cuando los tiempos sean difíciles o existan problemas dentro de la familia, los niños estén protegidos o, en el mejor de los casos, ni siquiera se den cuenta de que existe un problema.
Sin embargo, y desafortunadamente, aquel rara vez es el caso. No existen dudas respecto de que los niños cuyos padres presentan una adicción al juego se ven interpelados de muchos modos por el juego compulsivo de sus padres. La parte más triste es, quizás, que el padre que tiene problemas con el juego muchas veces no es consciente del daño que su patología está ocasionando a su hijo.
Muchos profesionales expertos en problemas relacionados con la adicción al juego señalan que no es inusual escuchar que el hijo o la hija de un cliente está llevando a cabo sesiones de psicoterapia en razón de problemas de depresión o ansiedad. En tal situación, tanto los padres con problemas con el juego como aquellos que no juegan, tienden a descartar que su hijo atraviese algún problema relacionado con el juego y consideran que simplemente está deprimido debido a las presiones de la escuela, los vínculos sociales u otras causas externas al núcleo familiar.
En efecto, son muy escasos los casos en que los padres con problemas de juego consideran la posibilidad de que la depresión o ansiedad de su hijo o hija podría deberse, total o parcialmente, a sus propios problemas con el juego.
Algunos aspectos a considerar
Es de suma importancia señalar en este punto que las infancias pueden saber mucho más de lo que sus padres les dan crédito. Un niño o adolescente que, se piensa, está dormido a menudo está escuchando una pelea o una discusión entre ambos padres en relación a la adicción al juego tales como “ahora no tenemos el dinero para pagar las cuentas”. Del mismo modo, bien pueden escuchar una conversación telefónica sobre el comportamiento de juego de sus padres o, lo que sorpresivamente tiende a ser más habitual, simplemente consiguieron ensamblar todas las piezas por sí mismos.
Las infancias cuyos padres son jugadores problemáticos tienden a experimentar sentimientos de pérdida generalizada, incluida la pérdida del padre tanto en el sentido físico como emocional. A ello también se le suma la pérdida de una relación con su familia extendida, la pérdida de ahorros y otros bienes y, en ocasiones, la pérdida del hogar familiar.
Los niños que crecen en hogares con problemas con el juego también pueden experimentar altas tasas de violencia, abuso y separación de los padres. Por esa razón, estas infancias tienen el doble de probabilidades de dañarse a sí mismos e, incluso, atentar contra sus vidas.
Por último, las investigaciones indican que los niños que crecieron en familias afectadas por problemas con el juego tenían más probabilidades de desarrollar algún tipo de adicción al juego que los niños criados en familias sin problemas con el juego, incluso después de controlar otros factores.