Vladimir Putin celebra este 31 de diciembre un hito histórico: 25 años al frente del poder en Rusia. Desde que asumió la presidencia en 1999, tras la dimisión de Boris Yeltsin, el líder ruso ha consolidado un régimen caracterizado por el absolutismo, la centralización política y una narrativa de orgullo nacionalista que busca restaurar la influencia global de su país.
Durante este cuarto de siglo, Putin ha forjado una «vertical de poder» que eliminó a opositores y centralizó las decisiones en su figura, instaurando un sistema donde el disenso no tiene lugar. Este modelo de gobernanza, respaldado por instituciones como el Consejo de Seguridad y la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha reemplazado los antiguos procesos colegiados de la era soviética por un enfoque personalista que muestra cada vez más signos de desgaste.
A nivel internacional, Putin buscó reposicionar a Rusia como una potencia global, enfrentándose abiertamente a Occidente. Sin embargo, la guerra en Ucrania, que en febrero cumplirá tres años, ha complicado este objetivo. Lo que comenzó como una invasión rápida se ha convertido en un conflicto prolongado que consume recursos y evidencia limitaciones tecnológicas y logísticas de las fuerzas rusas.
El régimen de Putin también ha estado marcado por una represión interna sin precedentes en tiempos recientes. Periodistas, artistas, activistas y políticos opositores como Alexei Navalny han sido perseguidos o silenciados. Además, la guerra ha forzado a miles de jóvenes rusos a tomar una decisión: combatir contra la Ucrania de Volodímir Zelenski o enfrentar las consecuencias de la resistencia al régimen.
A pesar de su control sobre las narrativas internas, Putin enfrenta crecientes desafíos. Las fracturas dentro de las estructuras de poder, como la rebelión del Grupo Wagner liderada por Yevgueni Prigozhin, han revelado vulnerabilidades en un sistema que parecía inquebrantable. La muerte de Prigozhin, tras intentar alterar el curso del régimen, dejó en evidencia las tensiones internas.
Los problemas económicos de Rusia persisten desde que inició la guerra contra Ucrania
En el plano económico, la guerra ha desangrado al país. Aunque Rusia sigue siendo una potencia en la exportación de hidrocarburos, las sanciones internacionales y la corrupción han mermado su capacidad para sostener un conflicto de larga duración. La dependencia de tecnología extranjera y los fallos en la estrategia militar han puesto en entredicho la sostenibilidad del modelo de Putin.
Tras 25 años, el legado de Vladimir Putin se perfila como el de un líder que buscó recuperar el esplendor imperial ruso, pero cuyas ambiciones chocan con una realidad cada vez más adversa. Su permanencia en el poder, posible hasta 2036 gracias a una reforma constitucional, plantea interrogantes sobre el futuro de Rusia y su capacidad para superar los desafíos internos y externos que enfrenta.