Durante los últimos años, la uva Criolla viene atravesando un período de florecimiento y de revalorización tanto por parte de los consumidores, como así también por los productores vitivinícolas argentinos. En efecto, estos productores de los más diversos rincones del país dieron inicio a un proceso de redirección de los viñedos y de la calidad en la vinificación. El objetivo principal, sin dudas, es el de conseguir arraigar etiquetas de vinos elaborados a partir de la uva Criolla al mercado.
A aquella lógica de retroalimentación entre productores y consumidores se suma ahora la flamante resolución del INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura). Efectivamente, la institución destacó a la uva Criolla Chica con la categorización «apta para hacer vino de calidad«. La incorporación de esta variedad en semejante categoría de prestigio habilita la rotulación en la etiqueta con el nombre de la cepa y, asimismo, llevar a cabo una puesta de valor sustancial, ya que implica la posibilidad de declarar la indicación geográfica (IG) y, por consiguiente, realzar su estatuto gustativo.
Culturalmente hablando, los tiempos contemporáneos se caracterizan por presentar un constante eclecticismo estético que oscila entre la tradición y la posmodernidad. En efecto, se trata de una tendencia presente en artes tales como la pintura, la literatura, la música y, desde luego, el vino. Así pues, como veremos, la Criolla Chica es uno de los primeros ejemplares de viñedos en llegar al continente americano durante el siglo XVI, junto a la famosa Moscatel de Alejandría. De ese modo, la Criolla Chica implica una tradición vínica en sí misma para nuestra región.
Historia y génesis de la Criolla Chica
Para trazar los orígenes de la Criolla Chica es preciso remontarse al período de la conquista del continente, a partir del 1500. Los colonos españoles, en efecto, trajeron a lo largo del siglo XVI dos tipos de vides, la denominada Listán Prieto como representante de las uvas tintas y la ya aludida Moscatel de Alejandría por las uvas blancas.
Mediante estas dos variedades se elaboraba el vino colonial. Del mismo modo que durante la Edad Media, el clero fue fundamental para el desarrollo de la viticultura. Desde luego, el vino es central en la liturgia cristiana, dado que supone una condición sine qua non de la misa por su desempeño en el sacramento de la eucaristía. En este punto, es conveniente recordar que el proceso de colonización se dio por medio de dos bastiones principales: la imposición de la lengua y la imposición de la fe. Así pues, contar con viñedos en territorios americanos resultaba imprescindible.
Con el paso del tiempo, sendas variedades procedieron a entrecruzarse de manera natural y espontánea (es decir, sin mediar la mano del hombre). De ese modo, conformaron un subconjunto de cepas que progresivamente desarrollaron una serie de características singulares. De ese modo, por ejemplo, nació el varietal Torrontés, el cual no se corresponde con una Criolla propiamente dicha, puesto que procede directamente de dos variedades españolas. Eventualmente, se cruzaron la Listan Prieto con el Torrontés, de modo que dio inicio el surgimiento de nuevas y diversas variedades nuevas. De ese modo, la uva Criolla representa realmente una familia compuesta por una considerable cantidad de variedades.
La influencia francesa
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, se lleva a cabo la introducción de las variedades procedentes de Francia, de modo que las uvas Criollas devinieron en una especie de patrimonio colectivo presente en todos los parrales y diseminado a lo largo de los viñedos. Un elemento clave para la supervivencia de las variedades Criollas fue, indudablemente, su capacidad de rendimiento. Diversos productores fueron llevando a cabo una selección de las variedades con mayores capacidades de supervivencia y adaptación al territorio considerando la productividad, en detrimento de la calidad. Es así que la uva Criolla se difundió a lo largo de todos los recodos de Argentina, desde la provincia de Salta hasta la Patagonia. Convirtiéndose así en un bastión de lo nacional.
A decir verdad, la uva Criolla Chica siempre estuvo presente en la producción de vinos del país. Ocurre que este uso estaba limitado casi exclusivamente a la producción de vino de mesa o vinos a granel, en los que se prescinde de la particularidad de las uvas. En ese sentido, la declaración del INV adquiere un sentido de aggiornamiento respecto a un proceso que estaba ya ocurriendo, y responde a un interés que dio inicio hace algunos años y que el público receptó con creces.