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VIDA Y ESTILO

Cambio climático: factores que enfrenta la agenda vitivinícola

El clima es uno de los componentes que integran el “terroir”, junto con el suelo, la topografía y los trabajos culturales.

Cambio climático

Cada vez que los fenómenos climáticos inundan los titulares y recorren el mundo a través de los canales televisivos, radios y redes sociales, surge la afirmación de que el cambio climático está cambiando nuestro planeta, y las propuestas de redención van desde las más elementales para desembocar en exóticas exposiciones que, en algunos casos, están muy lejos de llevarse a cabo.

La narrativa predominante pareciera ser la de colocar al ser humano como único responsable de la situación. Es en esta circunstancia donde cobran importancia las restricciones, las nuevas ingenierías económicas, las certificaciones verdes, las políticas de control, entre una abultada serie de medidas de control.

Algunos analistas se ubican muy lejos de los vaticinios catastróficos que estamos acostumbrados a escuchar, proponen mirar más allá de los titulares y estudian el comportamiento climático en un conjunto geográfico e histórico integral. Para ello echan mano de estadísticas y manuales, de planos y de registros formando un verdadero identikit climático mundial.

El clima como factor en movimiento

El clima siempre estuvo en constante movimiento. Así como los ciclos históricos y el idioma, los cambios climáticos no son la excepción. La lista de causas incluye cambios en la órbita terrestre, corrientes de los océanos, erupciones volcánicas y las mentadas concentraciones de gases de efecto invernadero.

Tampoco podemos olvidar la “pequeña edad de hielo”, un período de enfriamiento global que se dio en el hemisferio norte entre los siglos XIV y XIX, una época gélida que ocasionó inviernos muy duros en Europa, causando la gelificación del río Támesis en Londres, siendo de tal espesor que se llevaban a cabo ferias sobre su lecho.

Los glaciares avanzaron en los Alpes y en distintas zonas montañosas, provocando desconcierto general, al tiempo que se desataron hambrunas y cosechas desastrosas por la reducción del calendario agrícola.

Como contraprestación, entre los siglos IX a XIV se produjo un fenómeno inverso: el extremo calor que se produjo especialmente en la zona del Atlántico Norte, que llevó al cultivo de vides en Inglaterra, en lugares donde hoy sería impensable. En Groenlandia, los vikingos desarrollaban la agricultura y ganadería, factor que evidenciaba la calidez del clima. La diferencia con el cambio climático actual está en la velocidad y la causa. La variación se da en décadas, impulsada entre otros factores por la quema a gran escala de combustibles fósiles.

Impacto del cambio climático en la vitivinicultura

El clima es uno de los componentes que integran el “terroir”, junto con el suelo, la topografía y los trabajos culturales. Por tanto, la vitivinicultura es una actividad muy sensible a los cambios climáticos. Desde tiempos inmemoriales, cuando se cultivaba en la Mesopotamia, la vid supo adaptarse a los caprichos del clima, convirtiéndolo en aliado en épocas en que no lo era.

Si hablamos de cambio climático también tenemos que hablar de la forma en que este concepto es interpretado. Teniendo en cuenta la historia del vino podemos llegar a afirmar que todo en ella se puede resumir en una sola palabra: adaptación. Las variaciones representan una nueva forma de interpretación y no necesariamente mirarlo con ojos de catástrofe.

Si miramos atrás vemos cómo los viñedos fueron adaptándose, moviéndose, mutando cepas, modificando métodos de elaboración y tiempos de cosecha. El concepto de “terroir” siempre está asociado a la palabra cambio. 

En Argentina se escucha decir que variedades como el malbec están sufriendo la excesiva radiación, pero la realidad muestra que hay zonas de vinos prémium en franca expansión como Gualtallary en Mendoza, el Valle de Hualfín en Catamarca y el Valle de Pedernal en San Juan, donde a mayor radiación solar, mayor beneficio y menos riesgo de heladas. Los vinos de estas zonas son de una exquisitez notable, destacándose la Bodega Federico Mena Saravia, con sus premiados blends y torrontés en Hualfín, Catamarca, Catena Zapata y Matías Riccitelli hacen lo propio en Gualtallary, Mendoza.

Si nos trasladamos al Viejo Mundo vemos esta misma evolución en algunas zonas determinadas, donde lejos, muy lejos de estar desapareciendo enfrentan con dignidad los cambios para adaptarse al cambio climático. Vemos cómo en Burdeos, Borgoña y en Champagne los productores se inclinan por nuevas variedades, trasladando las fechas de vendimia y probando altitudes.

Esta capacidad de resiliencia de las bodegas europeas no hace más que recordar la adaptación que en épocas pasadas tuvieron los productores en ciernes, cuando los monjes benedictinos contribuyeron a desvelar una nueva cartografía mundial. Más allá de la condición para acomodarse a las nuevas circunstancias, es necesario tener en cuenta que afirmaciones como: “Si no te sumas a las nuevas políticas, si no te adhieres a las certificaciones estás fuera de juego” no deberían tener asidero en la actualidad.

Nada más lejos de la realidad porque las exigencias del mercado son cada vez mayores y las bodegas “boutiques” o con menor producción son las que encarecen sus costos, con la amenaza de desaparecer. Las grandes bodegas pueden hacer inversiones en paneles solares y certificaciones, pero las bodegas menores no están en condiciones de realizar esta proeza.

Mientras, el consumidor es la cereza de la torta, atrapado entre la concientización verde y sin entender mucho, tranquiliza su conciencia comprando lo que creen que es bueno para el planeta, ausente de que son rehenes de políticas multinacionales que nada tienen que ver con el consumo consciente.