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VIDA Y ESTILO

El despegue de la industria vitivinícola cordobesa

La provincia de Córdoba, lenta pero segura, está haciendo honor a su historia vinícola posicionándose cada vez con más fuerza en el mercado internacional.

Si bien por muchos años la industria vitivinícola cordobesa representó un papel más bien secundario respecto a las zonas históricas como Cuyo y el Noroeste Argentino, para graficar de manera efectiva aquello que acontece hoy en día, en materia de vino, en Argentina, es fundamental hacer referencia a los vinos cordobeses. La provincia se emplaza en el centro del territorio argentino y presenta una geografía atravesada por cadenas montañosas (las afamadas sierras de Córdoba) de entre 600 y 1300 metros de altitud.

La notable diversidad en su entorno ofrece, a la hora de producir vinos, un abanico de posibilidades que recién comienzan a explorarse y auguran resultados sorprendentes, con intensos aromas a flores silvestres y dejos balsámicos. Córdoba se divide en tres grandes áreas productivas con sus características y patrimonios vitícolas propios. En su interior va escribiéndose la nueva historia y el futuro de los vinos cordobeses.

El legado de la historia

La historia del vino en Córdoba tiene su origen con los sacerdotes jesuitas, quienes, durante el siglo XVII, plantaron las primeras cepas en las Estancias de Jesús María. En efecto, durante la época del Virreinato del Perú, es decir, previamente al Virreinato del Río de la Plata, la vid llegó a Mendoza a través de la Cordillera de Los Andes desde Santiago. No obstante, si bien en aquella provincia se plantaron las primeras vides, se estima que fue en Córdoba donde se llevó a cabo la producción de vinos a gran escala, merced de la orden jesuítica. La documentación para aseverar tal hipótesis es escasa, sin embargo existen dos que resultan de capital importancia e interés. En primer término, un documento procedente de sacerdotes mercedarios, deja constancia que para el año 1599 ya habían viñedos en la provincia.

El otro documento, ya propio de los jesuitas, se remonta al año 1614. De acuerdo con ese documento, en la Estancia Jesuítica de Jesús María se comenzó a producir vino. A este hecho se le agrega el relato según el cual, el primer vino proveniente de América que se bebió en una corte española consistió en un vino blanco de la provincia de Córdoba: el «lagrimilla» habría sido degustado por el Rey Felipe V de España, detalle de prestigio y originalidad.. El desarrollo que trajo consigo el avance jesuita en territorio americano fue tal que el monarca Carlos III de España consideró que aquellos habían acumulado demasiado poder y optó por expulsarlos del territorio. Fue tal el daño que esto produjo para la incipiente industria vitivinícola que, para fines del siglo XVIII, estaba prácticamente perdida.

La reconstrucción

Luego, durante el siglo XIX, Nicolás Avellaneda, por entonces presidente de la nación, impulsó la inmigración trayendo consigo un importante aluvión friulano que terminó fundando, en zonas aledañas a Jesús María, lo que hoy se conoce como Colonia Caroya. Este contingente, sin dudas, mejoró sobremanera el estado de aquel momento del vino cordobés. Es así que los italianos, por obra de los conocimientos adquiridos en su terruño de procedencia respecto al cultivo de la vid, quienes dieron marcha a una nueva tradición vitivinícola cordobesa. Tal es así que, para fines del siglo XIX, ya se contaban cerca de un millón y medio de vides en Córdoba.

Aprovechando ese envión, las primeras décadas del siglo XX fueron fundamentales para la industria vitivinícola cordobesa. En efecto, la Bodega La Caroyense, la más antigua que se mantiene vigente se funda de manera cooperativa. Sin embargo, durante la década infame, el dictador Agustín P. Justo instaura una ley cuyo espíritu no era otro que el de desincentivar la producción de vinos por fuera de Cuyo. Aún con este revés, poco más de treinta años después, la naturaleza embate con una devastadora tormenta de granizo, haciendo estragos toda la producción agrícola de la provincia.

Sin embargo, a comienzos de la década de los noventa del siglo pasado, aquella perniciosa ley que otrora impusiera Agustín P. Justo se derogó y volvieron a plantarse viñedos en la zona de Colonia Caroya y en el Valle de Calamuchita, a la vez que se sumó el Valle de Traslasierra. Hoy por hoy, son más de 30 las bodegas que producen vino en Córdoba, hay cerca de 300 hectáreas de viñedos y muchos más pequeños productores de vino artesanal, siendo Pinot Noir y Malbec las variedades hegemónicas. Así, el futuro de los la industria vitivinícola cordobesa es más que auspicioso.