Mientras los jefes sindicales de la CGT se llenan la boca hablando de derechos y libertad, la otra cara del paro general expone su costado más oscuro: colectivos apedreados, choferes amenazados y pasajeros aterrados por querer ir a trabajar. En lugar de una jornada de protesta pacífica, lo que se vio en varios puntos del país fue violencia, intolerancia y aprietes.
Uno de los focos más graves se registró en Bahía Blanca, donde al menos seis colectivos recibieron piedrazos por el simple motivo de circular. Las imágenes son elocuentes: lunetas destrozadas, ventanas hechas añicos y pasajeros en shock. La respuesta de la UTA local fue inevitable: suspender todos los servicios por temor a que la situación pasara a mayores.
Pero no fue un caso aislado. En Ituzaingó, un colectivo de la línea 269 fue atacado en plena madrugada cuando transitaba por Parque Leloir. Lo mismo ocurrió en Comodoro Rivadavia, donde un interno de la línea 3 terminó con los vidrios rotos luego de ser agredido por un grupo de violentos. Todo esto, en nombre de un paro que supuestamente defiende a los trabajadores.
La paradoja es brutal: los mismos que dicen defender los derechos laborales no dudan en arruinarle la jornada a quienes deciden no plegarse a la medida de fuerza. ¿El delito? Querer cumplir con su jornada, subirse a un colectivo o abrir su comercio. Porque en la Argentina de los paros extorsivos, el que quiere trabajar tiene que hacerlo a escondidas, como si fuera un acto prohibido.
Los colectivos no funcionarán en Bahía Blanca por seguridad
Desde la UTA de Bahía Blanca repudiaron los hechos y recordaron que no habían adherido al paro por respetar la conciliación obligatoria. Pero ni siquiera cumplir la ley los salvó de la violencia. “Por seguridad de los pasajeros, choferes y las unidades, se paran los servicios”, informaron, resignados a tener que ceder ante los violentos.
Lo que queda en evidencia es que, detrás del relato sindical, hay sectores que no aceptan la libertad del otro. No se trata solo de un reclamo salarial o una protesta contra el Gobierno. Se trata de una lógica mafiosa que castiga al que piensa distinto, al que quiere trabajar y al que apuesta por salir adelante sin depender de los paros ni de los aprietes.
Mientras los dirigentes de la CGT se fotografían cómodamente lejos del barro, los verdaderos damnificados son los argentinos de a pie. Esos que hoy quisieron ir a laburar, subirse a un colectivo o ganarse el mango dignamente, pero se encontraron con un mensaje brutal: en este país, si no parás, te hacen parar a piedrazos.