Lo que alguna vez fue una carrera prometedora, con luces, títulos y camisetas históricas, terminó mutando en un encierro silencioso entre paredes grises. Robinho, quien supo brillar en Santos, Real Madrid y Milan, lleva un año privado de libertad en la prisión de Tremembé, en Brasil, cumpliendo una condena de nueve años por abuso sexual, dictada por la justicia italiana. Lejos del lujo que lo acompañó durante su trayectoria, hoy su vida transcurre en una celda de ocho metros cuadrados, arreglando televisores y luchando por una libertad condicional.
La rutina carcelaria de Robinho
En la cárcel rural donde fue trasladado en 2024, Robinho comparte espacio con otros internos en condiciones básicas. Su jornada está marcada por actividades de reinserción: estudia, cuida el huerto, lee y se capacita en electrónica. De hecho, completó un curso de 600 horas y actualmente se encarga de reparar radios y televisores, una tarea que, además de mantenerlo ocupado, le permite sumar puntos a favor para acceder a una eventual reducción de su pena.
Según su entorno, mantiene un comportamiento ejemplar. “Es un preso ejemplar y no ha tenido problemas con otros presos, se mantiene ocupado”, declaró su abogado Mario Rosso Vale, destacando que su cliente sigue todas las normas y se ha adaptado con facilidad a la vida penitenciaria.
La pelota, su refugio detrás de los muros
Pese al encierro, Robinho no se ha desconectado del todo del fútbol. Participa en los partidos organizados dentro del penal y, curiosamente, juega con botines prestados. Este detalle, lejos de ser menor, habla del lazo de compañerismo que ha formado con otros reclusos y del lugar que aún ocupa el deporte en su vida. Su vínculo con la pelota sigue intacto, aunque ahora el escenario sea completamente distinto.
Además, sus abogados insisten en que la justicia brasileña debería tener preeminencia sobre la italiana, y continúan apelando con el objetivo de conseguir la libertad condicional. Mientras tanto, él mismo contempla un plan alternativo: trabajar 12 horas por día para ir descontando tiempo de condena, tal como lo permite la legislación carcelaria.
De promesa mundial a caída abrupta
La carrera de Robinho tuvo un arranque fulgurante. Con Santos, ganó el Brasileirao en 2002 y 2004, y su talento lo llevó a disputar los Mundiales de 2006 y 2010 con la Selección de Brasil, además de conquistar la Copa América 2007. En Europa vistió camisetas de peso como las del Real Madrid, Manchester City y Milan, aunque nunca logró consolidarse plenamente.
Con el tiempo, su estrella se fue apagando. Volvió al fútbol brasileño con pasos por Atlético Mineiro y nuevamente Santos, club en el que se retiró en 2020, justo antes de que su presente cambiara de forma radical con la sentencia firme en su contra.
Un futuro incierto
Hoy, Robinho se aferra a la esperanza de una salida anticipada, mientras cumple estrictamente cada requerimiento del sistema penitenciario. Su figura, alguna vez emblema del jogo bonito, ahora transita en silencio una rutina que dista por completo del glamour futbolero. Su caso, además de ser una historia de caída, deja una huella profunda sobre los límites entre fama, justicia y responsabilidad.