China redobló esta semana su ofensiva para presentarse como alternativa a la hegemonía norteamericana. Con apenas horas de diferencia, el presidente Xi Jinping lideró la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin y encabezó en Pekín un desfile militar de gran magnitud. Dos gestos de poder que, según los analistas, forman parte de una estrategia para instalar a su país como el epicentro de un nuevo orden global.
Mientras en Washington el presidente Donald Trump desmentía rumores sobre su salud en un clima de tensión, en Pekín Xi compartía escenario con Vladimir Putin y Kim Jong-un, buscando mostrar unidad frente al aislamiento promovido por Occidente. La apuesta es clara: frente a la imprevisibilidad norteamericana, China se ofrece como garante de estabilidad.
En la cumbre participaron más de veinte líderes, incluido el primer ministro indio Narendra Modi, en lo que fue leído como un intento de Beijing por atraer a socios que hoy se sienten hostigados por la guerra comercial estadounidense. “Hay que oponerse al hegemonismo y practicar un verdadero multilateralismo”, reclamó Xi en su discurso.
Limitaciones de un bloque chino
Pese a la puesta en escena, la OCS está lejos de ser un bloque cohesionado. Carece de mecanismos de seguridad colectiva y, en muchos casos, los une más la oposición a Trump que una adhesión a los intereses chinos. La rivalidad histórica con la India es el ejemplo más claro: Modi participó de la cumbre, pero evitó mostrarse en el desfile militar, donde se exhibieron armas chinas utilizadas por Pakistán en enfrentamientos fronterizos.
La demostración militar
El desfile conmemoró el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y fue la oportunidad de Xi para mostrar al mundo el poderío del Ejército Popular de Liberación (EPL). Se exhibieron misiles intercontinentales, drones de última generación y misiles hipersónicos. Parte de un arsenal que apunta directamente a un eventual escenario de invasión de Taiwán.
China ya posee la flota naval más numerosa del mundo y duplicó su gasto militar en una década hasta alcanzar USD 250.000 millones. Sin embargo, aún está lejos del presupuesto estadounidense, que supera el billón de dólares, y enfrenta debilidades estructurales. Falta de experiencia en combate, vulnerabilidades logísticas y una corrupción interna que llevó a Xi a purgar a decenas de generales en los últimos dos años.
Nacionalismo y crisis interna
Para Pekín, la demostración de fuerza no solo estuvo dirigida hacia el exterior. En un contexto de tensiones internas marcadas por la llamada “triple D” —deflación, deuda y demografía—, el desfile también buscó avivar el nacionalismo doméstico y reforzar la figura de Xi como líder indiscutido.
Según el especialista John Culver, de la Brookings Institution, el mandatario chino no arriesgaría su régimen en una guerra abierta con Estados Unidos. “Para Xi, Taiwán sigue siendo una crisis que debe evitar, no una oportunidad que quiera aprovechar”.
Un tablero en reconfiguración
En paralelo, Trump respondió con ironía a la puesta en escena china y deslizó que “Estados Unidos perdió a India y Rusia”. Sin embargo, rápidamente buscó recomponer puentes con Modi, consciente de que el equilibrio geopolítico se juega también en Asia.
China, con sus gestos diplomáticos y militares, intenta capitalizar el desgaste de Washington y ofrecerse como referente de un nuevo orden multipolar. El interrogante que se abre es si, más allá de la coreografía, cuenta con la capacidad real para sostener ese liderazgo.