(Por Carolina Mena Saravia para El Intransigente).- Nadie permaneció ajeno al banquete que brindó el rey Carlos de Inglaterra en honor al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, donde los vinos hablaron por sí solos. Sí, así como suena porque fueron absolutos protagonistas de una noche estelar, en un escenario único montado para la ocasión, como solo los ingleses, cuidadosos baluartes del protocolo, lo saben hacer.
Los rituales de la política internacional son, para la mayoría de las personas, desconocidos. El foco se centra en ocasiones como estas, donde los ojos del mundo dirigen todas las miradas al centro de escena, esta vez la casa Windsor, que reina en Inglaterra.
Discursos cargados de solemnidad, fotos, conversaciones y desfile de exquisitos platillos suelen abundar en acontecimientos semejantes. En esta ocasión no solo los elegantes atuendos de las damas que asistieron a la velada, sino algo que forma parte del estricto protocolo, pero que ahora cobró importancia: los vinos.
En Windsor, anoche, la diplomacia se sirvió en forma de alcoholes y destilados que, más que bebidas, hablaron del verdadero homenaje que representaron para el mandatario estadounidense, demostrando que, cuando se trata de agasajar, muchas veces, las palabras sobran. Un auténtico lenguaje diplomático líquido.
Los rituales de la política internacional
Donald Trump no bebe. Es conocido que solo acompaña sus platos con Coca Cola, bebida popular si las hay. El homenajeado no tocó ni una gota, pero enfrente de él se desplegó un desfile de etiquetas históricas, que no hizo flaquear en nada su férrea voluntad, a estas alturas, un hábito más que adquirido. No obstante, la corona inglesa no ahorró detalles para evocar en cada bebida pasajes importantes de la historia personal del presidente y de los Estados Unidos.
Lo que podríamos llamar un guion enológico de alto voltaje político, una verdadera muestra de detalle y cortesía. Porque a fin de cuentas esa es la base del protocolo. Comenzando por el menú, el paso de baile estaba establecido. Delicadezas francesas, pollo de granja vestido de calabacín y un postre helado a la vieja usanza fueron las delicias que degustaron los invitados.
Todo rigurosamente establecido, pero en realidad, la música de fondo era otra, la de los vinos que lucían muy gallardos, servidos por elegantes mozos de guantes blancos. Así, como quien no quiere la cosa, la cena oficial se convirtió en un catálogo de mensajes. Cada vino, cada añada, cada procedencia tenía algo que decir, un mensaje explícito.
Cuando de gestos se trata
Primero hizo su entrada un Wiston Estate Cuvée 2016, uno de los espumosos ingleses más destacados, de Wiston Estate en Sussex, al sur de Inglaterra. Con su blend de pinot noir, chardonnay y pinot meunier, sus seis años sobre lías que le otorgan notas complejas de levadura, pan tostado y brioche, demuestra que no todo pasa por Champagne.
Hoy, Inglaterra ya cuenta con su propia PDO (“Protected Designation of Origin” o Denominación de Origen Protegida) de espumantes. Y llegaron para quedarse, porque en la lista de proveedores de la corona, “by appointment to His Majesty” o “Royal Warrant holders”, hizo su flamante ingreso la bodega Camel Valley, de la región de Cornwall, en 2024, honor que le reotorgó Carlos III al inicio de su reinado.
Aunque el Wiston Estate Cuvée no pertenece a esa firma, y la prensa especializada cuestionó que no se sirviera el espumante de Camel Valley, algunas voces insinúan que esta podría formar parte de la lista en un futuro no lejano. Más tarde le tocó el turno a Francia, que se hizo presente con un Corton-Charlemagne Grand Cru 2018. Un borgoña blanco de linaje perfecto que brilló en la velada. Se trata de una de las AOC Grand Cru más prestigiosas de Borgoña para vinos blancos.
Continúa la lista con un Ridge Monte Bello 2000, de California, el tinto de culto que habló por Estados Unidos, con un mensaje evocador al país anfitrión, a la zona más emblemática si de vinos hablamos. Se trata de un ícono nacido en las montañas de Santa Cruz, elaborado mayoritariamente con la cepa cabernet sauvignon y envejecido en barricas que le aportan complejidad y elegancia.
Tiene aromas de cassis, ciruelas, notas terrosas y un toque mineral, que combinan potencia y frescura en un estilo que recuerda a los grandes exponentes de Burdeos. Ridge Vineyards, fundada en la década del 60, se consolidó como una de las bodegas más prestigiosas de Estados Unidos, con su política de fermentaciones naturales y un respeto absoluto por el terruño, interviniendo lo menos posible en la elaboración. A diferencia de los cabernets de Napa Valley, Monte Bello proviene de un clima más fresco y suelos calcáreos en altura, lo que lo distingue y le otorga acidez vibrante y capacidad de guarda.
Winston Churchill, presente
Claro, porque no faltó su favorito, el champagne Pol Roger, con cuya familia entabló una estrecha amistad tras la Segunda Guerra Mundial. Y es en su honor que la “maison” creó la prestigiosa Cuvée Sir Winston Churchill, lanzada por primera vez en 1975, diez años después de su muerte, y solo en grandes añadas.
Llegamos al momento del whisky y el elegido fue Bowmore 1980, que fuera reservado en su momento para la reina Isabel. La isla de Islay es el lugar de origen de este elixir, que lleva el mismo nombre de la destilería. Es un “single malt” escocés de pura cepa, famoso por mezclar humo de turba suave con madurez prolongada, donde las notas de chocolate oscuro, frutas secas, especias, madera de roble y un sutil toque ahumado dicen presente, recordando las tierras tan caras a la casa Windsor.
El cognac Hennessy 1912 también tuvo su lugar, en especial por el año, que evocaba el nacimiento de la madre escocesa de Trump. La referencia a 1912 no señala una añada en sentido vinícola, sino una partida histórica de la casa Hennessy, posiblemente destilada ese año y embotellada en la década de 1920, preservada como reliquia de colección. La intención fue doble: rendir homenaje a Francia, patria del cognac, y al mismo tiempo a los lazos familiares del mandatario.
Tiene sus orígenes en Grande Champagne, una de las cru más prestigiosas del área del Cognac, que sobresale por producir destilados de gran finura, con notable capacidad de envejecimiento y aromas florales delicados. Específicamente este cognac se destaca por notas de roble, miel, vainilla y frutos secos, con ciertas tonalidades antiguas que le aportan algo más que complejidad: todo en él habla de elegancia propia de una bebida añeja.
La imaginación también tuvo un papel protagónico con la creación del “Transatlantic Whisky Sour”, una variante del clásico Whisky Sour, que nació especialmente para esta ocasión. Su preparación incluye Johnnie Walker Black Label. La profundidad ahumada que este le aporta al trago se suma a la acidez cítrica de la mermelada de naranjas que acompaña magníficamente para dar un marco dulce que le otorga distinción.
Si hablamos de la decoración, es para destacar la originalidad: un malvavisco tostado y una galleta en forma de estrella, un guiño al clásico estadounidense “s’more”, dulce típico de fogatas y reuniones familiares, en clara alusión a la cordial relación que mantienen ambos países. Así, en una cuidada sinfonía, Inglaterra demostró una vez más que en cuanto a protocolo, la reina es indudablemente ella.