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VIDA Y ESTILO

Hualfín y la Bodega Mena Saravia: tradición, prestigio y calidad

 

Calidez y calidad, las dos «C» que definen la experiencia, sorprenden a quienes la visitan.

 
Bodega Mena Saravia

El Valle Calchaquí, en el corazón del norte argentino, es reconocido por sus paisajes de altura y sus vinos únicos. En este entorno se destaca Hualfín, un pueblo con historia y fuerte identidad cultural, donde la Bodega Federico Mena Saravia se consolida como referente de la vitivinicultura de los Valles Calchaquíes. Tradición, innovación y un terroir privilegiado convierten a esta bodega en un destino imperdible dentro de las rutas del vino en Argentina.

Entre los mojones geográficos que conforman estos caminos, destaca el mágico pueblo de Hualfín, donde la Bodega Federico Mena Saravia ocupa un lugar central en el mapa vitivinícola de los Valles Calchaquíes.

Calidez y calidad —las dos C que definen la experiencia— sorprenden a quienes la visitan. El vino, acompañado por el paisaje de cerros ocres y cambiantes, transmite la esencia de la altura. A más de 1870 metros sobre el nivel del mar, nacen vinos con cuerpo, estructura y un equilibrio armónico que seduce en cada copa.

Tradición y calidad

La historia vitivinícola del pueblo se remonta a los orígenes mismos de su nombre, ligado a la etnia calchaquí, cuyos integrantes eran llamados “hualfines” en antiguos documentos.

La vid se incorporó a la identidad local de la mano de don Jorge Leguizamón Dávalos, heredero del fundo, quien, inspirado en las bondades del lugar, se animó a plantar las primeras viñas. Lo acompañaban su esposa, María Esther Leiva, y más tarde su hija, María Hortensia. Con espíritu emprendedor, y honrando a las 13 generaciones asentadas en el valle, elaboró el vino que mejor expresaba la tierra calchaquí: el criollo, potente y auténtico.

Cuatro generaciones después, esa tradición desembocó en la actual Bodega Federico Mena Saravia, que combina legado familiar con innovación tecnológica. La incorporación de infraestructura moderna —tanques de acero inoxidable y técnicas enológicas de vanguardia, nutridas por estudios europeos— permitió alcanzar estándares internacionales de calidad.

Saber y hacer

La finca no solo alberga viñedos: conserva también una antigua capilla familiar de 1770 y ofrece al visitante experiencias integrales. Degustaciones, recorridos por la bodega y paseos por la granja con animales forman parte del atractivo. Caballos para cabalgatas al atardecer junto al río, ovejas y corderos que participan del ciclo orgánico de la vid refuerzan el compromiso ecológico de la bodega.

Cada paso del proceso es natural. La altura aporta la ansiada amplitud térmica: días soleados seguidos de noches frescas que permiten a la vid descansar y fortalecer sus nutrientes. La vendimia, entre marzo y abril, se determina según la maduración de las uvas, siempre en consonancia con el clima y las lluvias.

Nuevos aires, nuevas líneas

A los vinos de altura tradicionales —torronteses, malbecs y rosados, reconocidos y puntuados por críticos internacionales— se suman propuestas innovadoras: vinos naranjos y la línea Familia, que homenajea a los integrantes del linaje con etiquetas únicas y blends de gran refinamiento.

Fiel a la premisa de que el vino nace en el viñedo, en Hualfín el cuidado de la vid es el primer eslabón de la cadena. Sin productos químicos, el control es exhaustivo y sigue pautas definidas para cada estación. En agosto, con el “lloro” de la vid, comienza un nuevo ciclo que culmina en la bodega con etiquetas de prestigio firmadas por su enólogo, José Luis Mounier.

De viñas centenarias surgen vinos que son más que bebida: son historia embotellada. Cada botella condensa el amor por la tierra, la tradición familiar y la vocación de calidad, lista para descorchar un sinfín de emociones.