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VIDA Y ESTILO

Vino, viaje y sorpresa: rutas poco exploradas en el mundo

 

Más allá de las clásicas mecas del enoturismo existen rutas secretas que guardan el encanto de lo inesperado.

 
Vinos de Italia

(Por Carolina Mena Saravia para El Intransigente).- En el mundo del vino hay nombres que se repiten como un mantra: Mendoza, Burdeos, Toscana, Napa. Sin embargo, más allá de estas mecas del enoturismo existen rutas secretas que guardan el encanto de lo inesperado. Paisajes que no aparecen en las guías más concurridas, bodegas con historias susurradas y copas servidas con la hospitalidad de quien recibe a un amigo. Descubrirlas es dejar que el vino guíe nuestros pasos hacia territorios menos transitados, donde la esencia permanece intacta.

La magia de estas rutas poco conocidas está en que aún respiran autenticidad. No hay multitudes que apuren la degustación ni circuitos turísticos que impongan tiempos rígidos. Aquí, el visitante conversa directamente con el productor, camina entre viñedos sin vallas y prueba vinos que quizá nunca se exporten, pero que transmiten la identidad del terroir. Son viajes que apelan a los sentidos y al alma, más que a la lista de “lugares que hay que ver”.

Una de esas joyas escondidas se encuentra en el noroeste argentino, en el Alto Valle de Hualfín, Catamarca. Entre montañas rojizas y un cielo inabarcable, pequeñas bodegas familiares producen Malbecs, Torrontés y blends únicos, aprovechando un microclima extremo que regala vinos de gran concentración y personalidad. La altitud y la tradición vitivinícola heredada por generaciones convierten a esta zona en un destino obligado para quienes buscan experiencias genuinas y vinos con carácter.

A pocos kilómetros, los Valles Calchaquíes continúan ofreciendo sorpresas. Si bien Cafayate es reconocida, rincones como Molinos o Colomé conservan el sabor de lo remoto. Allí, algunas de las viñas más altas del mundo desafían el clima y las bodegas invitan a probar etiquetas que son verdaderas piezas de colección. El viaje es parte de la experiencia: caminos de ripio, pueblos detenidos en el tiempo y una gastronomía local que marida con la tradición.

Qué pasa cruzando el Atlántico

Cruzando el Atlántico, la región de Jura, en Francia, ofrece una de las experiencias más singulares. Entre los Alpes y Borgoña se produce el célebre Vin Jaune, un vino dorado que envejece bajo una capa de levaduras, similar al velo de flor del Jerez. El enoturismo aquí tiene un aire intimista: bodegas familiares, pueblos medievales como Arbois y Poligny, y quesos como el Comté que elevan cada maridaje.

En Portugal, más allá del Douro y el Alentejo, la región de Bairrada espera ser descubierta. Sus espumosos elaborados por método tradicional compiten con los mejores de Europa, mientras que la uva Baga da tintos de gran estructura y potencial de guarda. Las rutas atraviesan colinas verdes, aldeas pintorescas y restaurantes donde el leitão (cochinillo asado) es el maridaje perfecto.

Si buscamos exotismo, Georgia —cuna del vino— ofrece una ruta única: la de las bodegas que aún elaboran en kvevris, tinajas de barro enterradas bajo tierra. En Kakheti, las familias abren sus casas para compartir vinos ámbar y panes recién horneados. La hospitalidad es tan importante como la bebida, y el brindis con el tradicional “Gaumarjos!” es un ritual sagrado.

En Italia, más allá de Toscana, la región de Marche sorprende con blancos de Verdicchio y tintos de Montepulciano. Sus rutas costeras combinan mar y viñedo, mientras que pueblos amurallados como Offida o Loreto suman cultura. Es un destino ideal para quienes buscan vinos frescos y gastronomía mediterránea sin saturación turística.

Grecia también guarda secretos más allá de Santorini. La isla de Tinos, en las Cícladas, produce vinos minerales y salinos gracias a suelos graníticos y al viento constante del Egeo. Las bodegas, pequeñas y familiares, ofrecen catas al aire libre con el mar de fondo. Mitología, historia y vino se funden en una experiencia sensorial única.

Otros países más exóticos

En Sudáfrica, la ruta de Swartland es la alternativa rústica y rebelde al célebre Stellenbosch. Jóvenes productores experimentan con fermentaciones naturales, mínima intervención y viñas viejas. Los paisajes son salvajes y los vinos, expresivos y auténticos. Es un destino para aventureros del paladar, donde cada botella refleja una filosofía independiente.

Nueva Zelanda, famosa por Marlborough y su Sauvignon Blanc, esconde en la Isla Norte la región de Gisborne, autoproclamada “capital del Chardonnay”. Sus bodegas ofrecen blancos elegantes y tintos ligeros, con playas cercanas que permiten alternar surf y enoturismo. Naturaleza y sofisticación se equilibran en dosis perfectas.

En España, la Ribeira Sacra, en Galicia, es un secreto que empieza a brillar. Sus viñedos en terrazas sobre el río Sil producen Mencías frescos y Godellos minerales. El paisaje es sobrecogedor, y recorrer el río en barco aporta una perspectiva única. Es un viaje donde se entrelazan vino, naturaleza y silencio.

También en España, pero en Castilla-La Mancha, la Manchuela gana protagonismo con Garnachas y Bobales de calidad. Jóvenes viticultores y bodegas modernas revitalizan la zona, ofreciendo vinos frescos y fáciles de beber. Las rutas incluyen molinos, castillos y pueblos blancos.

En Chile, la región de Itata es una joya redescubierta. Con viñas centenarias de País y Cinsault se elaboran vinos frescos y de baja graduación. Los productores recuperan métodos ancestrales y el paisaje de colinas suaves acompaña la experiencia. Historia y creatividad se dan la mano en cada copa.

Australia, más allá de Barossa o McLaren Vale, guarda en Tasmania una escena vibrante. Espumosos de método tradicional, Pinot Noir frescos y Chardonnay elegantes marcan la ruta. El viaje se combina con naturaleza salvaje, avistamiento de fauna y una gastronomía gourmet.

En Austria, Burgenland ofrece vinos dulces de clase mundial, como los Trockenbeerenauslese, junto con tintos de Blaufränkisch y Zweigelt. Bodegas integradas en aldeas, lagos cercanos y rutas en bicicleta invitan a un turismo relajado.

En Uruguay, Canelones y Maldonado ofrecen más que Tannat. Blancos de Albariño y Sauvignon Blanc conquistan paladares, y las bodegas boutique brindan catas privadas con vistas al Atlántico.

Estas rutas poco conocidas no solo invitan a descubrir vinos distintos, sino también a reconectar con la esencia del viaje. Son territorios donde el tiempo parece correr más lento, donde el vino se cuenta en voz baja y el paisaje es un protagonista más. Visitarlas es apostar por diversidad, autenticidad y emoción.

Porque el vino no solo se bebe: se vive. Y en estos destinos, cada sorbo es una puerta a culturas, personas y lugares que dejan huella. La próxima vez que busques un mapa de bodegas, quizá convenga mirar más allá de los circuitos habituales. Allí, en lo inesperado, está la verdadera aventura del vino.