El telón del Gran Rex se levantó y, entre luces tenues y un silencio expectante, Lourdes Fernández volvió a cantar. Atrás quedaban los días de miedo, las versiones cruzadas y el ruido mediático que siguió a su delicada situación personal. Esa noche no fue una más: la ex Bandana regresó al escenario con una fuerza distinta, con una mezcla de fragilidad y coraje que se volvió palpable en cada verso. Y entre melodías y lágrimas, reconstruyó en vivo el lazo con Lissa Vera, su histórica compañera del grupo pop que marcó a toda una generación.
La aparición de Lourdes Fernández en el Gran Rex
Mientras sonaban los primeros acordes de Creo en mí, Lourdes pareció hacer catarsis a través de la voz. “No me asustan los misiles ni las balas. Tanta guerra me dio alas de metal”, cantó frente a un teatro colmado, y el público entendió que esas palabras tenían peso propio. Era más que una canción: era una declaración de supervivencia. El show, que fue la previa del recital de los A-Teens en Buenos Aires, se transformó en una especie de renacimiento.
El recuerdo de los últimos meses todavía dolía. La denuncia de Lissa Vera y de la madre de Lourdes contra su expareja, Leandro García Gómez, había sacudido al ambiente artístico. Fue gracias a esa intervención que la cantante pudo ser encontrada y que su ex terminó detenido. Sin embargo, luego del rescate, Lourdes sorprendió al defender públicamente al hombre y apuntar contra su amiga. La historia parecía rota.
Sobre el escenario, la artista soltó una frase que nadie esperaba: “La invité a cantar, pero se sentía mal”. Ese gesto, simple pero potente, fue leído como un guiño directo a Lissa, un puente donde antes había distancia. Minutos después, desde las redes, Vera respondió con cariño: “Hermoso verte brillar. La próxima estaré ahí. Te amo”. Dos mensajes que bastaron para sellar la reconciliación y desatar la emoción de los fanáticos de Bandana, que celebraron el reencuentro como una victoria sobre el dolor.
Lourdes también aprovechó la ocasión para agradecer en público: “Gracias mamá, gracias papá, los amo”. Pero quienes estaban en la sala notaron que la dedicatoria tenía otro destinatario: no era su madre Mabel, sino la pareja actual de su padre, un detalle que reflejó los procesos de reconstrucción afectiva que atraviesan muchas familias, incluso las de las figuras más expuestas.
