La cepa cariñena es mucho más que una variedad de uva: es identidad, historia y fiesta. Nacida en Aragón, da nombre a una de las denominaciones de origen más antiguas de España y se convirtió en protagonista de una de las celebraciones más singulares del vino: la fuente de Cariñena que, cada septiembre, en el último fin de semana del mes, se tiñe de rojo y de ella fluye vino en lugar de agua. Ese gesto teatral resume lo que la uva representa en el mundo: abundancia, orgullo local y un patrimonio que viajó bajo distintos nombres, adaptándose a culturas y paisajes.
La tradición de la fuente, iniciada en 1975, fue una movida publicitaria ingeniosa que convirtió un gesto simbólico en fiesta para turistas y locales. No se trata de un espectáculo folclórico sin raíz, sino de una metáfora de lo que esta variedad significa para la comunidad: un vino compartido, democrático y, sobre todo, accesible.
Como toda fiesta popular, bastan unas horas para que la espera se transforme en furor, y luego, como quien no quiere la cosa, la ciudad retoma su ritmo habitual. ¿Cuál es la postal que deja la fiesta? Turistas de todo el mundo portando copas, vasos y botellas, o incluso usando las manos abiertas para alcanzar aunque sea un sorbo del chorro púrpura. Pocas imágenes expresan mejor la calidez de un vino que se bebe a manos llenas.
Sus orígenes
La Fiesta de la Vendimia de Cariñena se celebra cada último fin de semana de septiembre en la localidad aragonesa que lleva el mismo nombre, a 45 kilómetros de Zaragoza. El momento cumbre es el “chorro de vino”, cuando la fuente monumental de la plaza mayor deja de manar agua para convertirse en un río púrpura.
En 1975, el entonces alcalde José María Lostao quiso convertir la vendimia en un espectáculo abierto y popular, proclamándola oficialmente como fiesta grande de la ciudad. Desde entonces, cada septiembre, el gesto se repite y gana mayor notoriedad internacional como símbolo de abundancia, al mismo tiempo que refuerza la identidad de la cepa en diferentes regiones del mundo. ¿Cuánto dura la vertiente de vino? Apenas unas horas, lo justo para saciar la sed colectiva y multiplicar la alegría de vecinos y visitantes.
El escenario principal es la Plaza de España, corazón de Cariñena, donde se alza la fuente monumental de piedra. Allí se congregan vecinos y turistas con copas, botellas o improvisados jarros para probar el vino que brota de los caños. La plaza se engalana con banderas, música de jotas y pasodobles, en un ambiente festivo que combina desenfado con solemnidad. Antes de que surja el torrente, se realiza el pisado simbólico de las uvas y la ofrenda del primer mosto a la Virgen de la Peña, patrona local.
Muchos nombres, una misma esencia
La cepa fue acumulando nombres en cada lugar donde echó raíces. En La Rioja aparece como mazuelo; en Cataluña, como samsó; en Italia se la conoce como carignano; en Francia, como carignan; y en Chile mantiene el mismo nombre. Cada denominación refleja un paisaje y una cultura distinta, pero todas remiten a la misma cepa, vigorosa, de taninos firmes, color intenso y acidez natural.
Ese carácter, durante mucho tiempo considerado rudo, fue su condena y a la vez su salvación. En el siglo XX se plantó masivamente para aportar volumen y color a vinos de consumo popular. Sin embargo, los viñedos viejos y los rendimientos bajos demostraron que podía dar mucho más. Hoy, elaboradores de distintas regiones la trabajan con un cuidado casi artesanal, y los resultados sorprendieron incluso a los críticos más exigentes.
En La Rioja, bodegas históricas como La Rioja Alta, Marqués de Murrieta, Marqués de Riscal y la Compañía Vinícola del Norte de España (CVNE, conocida como “Cune”) confían en el mazuelo para sostener la elegancia de sus reservas y grandes reservas. Aunque pocas veces aparece como monovarietal, su rol es decisivo: es la columna vertebral invisible que permite a los grandes riojas envejecer con dignidad durante décadas.
En Aragón, su tierra natal, denominaciones como Cariñena, Campo de Borja o Calatayud la exhiben con orgullo. Bodegas como Grandes Vinos, San Valero o Paniza han mostrado que no es un exponente del pasado, sino un puente entre tradición y modernidad. Sus vinos, intensos y con buena fruta, sorprenden por su relación calidad-precio, muy valorada en la gastronomía actual.
En el Priorat, bajo el nombre de samsó, alcanza expresiones de culto y se convierte en emblema regional. Allí comparte protagonismo con la garnacha en etiquetas míticas como las de Álvaro Palacios (célebre por L’Ermita), Clos Mogador (pionera de René Barbier), Clos Erasmus (con vinos de 100 puntos Parker) y Ferrer Bobet, que aporta un estilo moderno y elegante en pleno paisaje de licorella. La combinación de la cepa con esos suelos de pizarra da lugar a vinos minerales, longevos y de enorme personalidad.
De Aragón al mundo
Más allá de España, la cepa encontró refugio en diversos territorios. En Cerdeña, la carignano del Sulcis DOC ofrece vinos intensos y envolventes, moldeados por la brisa marina. Bodegas como Santadi alcanzaron renombre al transformar la rusticidad en elegancia mediterránea.
En Francia, el Languedoc fue durante décadas sinónimo de carignan de volumen. Hoy, con viñas centenarias recuperadas, la variedad vive un renacimiento. Regiones como Corbières y Minervois producen vinos sorprendentes que equilibran frescura y potencia.
En Chile, tras el terremoto de 1939, se plantaron viñedos de carignan en el Maule para revitalizar la viticultura. Décadas después, esos mismos viñedos dieron origen al movimiento VIGNO (Vignadores de Carignan). Bodegas como Garage Wine Co., De Martino y Maturana Wines elaboran vinos frescos, vibrantes y con identidad única, hoy reconocidos internacionalmente.
En California, la carignan fue durante años parte anónima de blends. Sin embargo, en tiempos recientes se la trabaja en monovarietales modernos, frescos y vivaces, pensados para nuevas generaciones de consumidores.
El norte de África también guarda huellas de esta cepa. Marruecos, Argelia y Túnez fueron grandes productores en época de colonización francesa. Aunque su papel actual es menor, aún quedan vestigios de aquellos tiempos en que millones de litros cruzaban a Europa para reforzar vinos ligeros.
La evolución de la cariñena es la historia de una uva resiliente. Pasó de ser secundaria y áspera a protagonizar vinos de culto. Gracias al respeto con que se la trabajó en viñedos viejos y a vinificaciones cuidadas, su rusticidad inicial se convirtió en virtud.
Los resultados no tardaron en llegar. Robert Parker y publicaciones como Wine Spectator incluyeron cariñenas de Priorat, Cerdeña y Chile entre los vinos más notables de las últimas décadas. Lo que antes era visto como exceso de acidez o taninos se transformó en longevidad, frescura y carácter.
Cariñena ya no es solo el nombre de un pueblo y su fuente teñida de rojo. Es un hilo conductor de fiestas populares, etiquetas de prestigio y viñas centenarias. Puede llamarse cariñena, mazuelo, carignan, carignano o samsó, pero siempre encierra un mismo mensaje: nunca es tarde para reconvertirse y formar parte de la esencia de los grandes vinos del mundo.