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SOCIEDAD

La bodega más antigua de Japón avanza hacia el siglo XXI

 

Katashimo constituye, sin dudas, una muestra patente de que la perseverancia da sus frutos a la vez que supone un bastión de la resiliencia y la temeridad.

 
Japón

A treinta minutos en tren del bullicioso centro de Osaka, en Japón, se encuentra el tranquilo suburbio de Kashiwara. Allí se sitúa hogar de la Bodega Katashimo, la más antigua que aún se conserva en el oeste de Japón. Al igual que el propio país, durante el último siglo y medio, Katashimo ha resistido la tragedia. Asimismo, resistió la influencia occidental, las fluctuaciones económicas y el cambio climático. Pero un denominador común es que sus herederos familiares siempre han encontrado el camino de regreso a casa. Entre ellos, la futura líder de la quinta generación, Makiko Takai. Luego de la jubilación de su padre Toshihiro, ella se convertirá en la primera presidenta de la bodega.

Katashimo no siempre fue una bodega. Cuando Risaburo Takai, bisabuelo de Toshihiro, fundó la granja hace 140 años, plantó naranjas, trigo, arroz y manzanas japonesas. Fue su hijo, el segundo presidente, quien se dedicó a la uva a principios del siglo XX. Fue luego de darse cuenta de que este producto podía alcanzar un precio más alto. Si bien la uva de mesa había sido común en Japón durante milenios, la vinificación era una novedad.

Por su parte, la renombrada Cervecería Katashimo, como se llamaba entonces, fue una de las muchas granjas de la zona que se lanzaron al mercado occidental. Con 119 bodegas operando en la prefectura de Osaka a principios de la década de 1930, Toshihiro se refiere a la época anterior a la guerra como la Edad de Oro del cultivo de la uva en Osaka.

“Empecé a hacer este trabajo cuando estaba en primero o segundo grado, a mano”, declaró Toshihiro. Uno de sus trabajos consistía en bombear el vino en fermentación entre barricas. En aquel entonces, había 38 hogares en la zona, casi todos dedicados a la vinificación, y la mayoría, como su familia, carecía de electricidad.

El contexto de posguerra

La época de posguerra en la que Toshihiro creció no fue precisamente una época dorada. Durante la guerra, Katashimo y otras bodegas fueron confiscadas por el ejército japonés debido a que el tartrato de sodio y potasio (sal de Rochelle), derivado de las barricas de vino, era un ingrediente vital para la fabricación de dispositivos de sonar.

Cuando Katashimo regresó a la familia, Japón se encontraba en su caótico período de posguerra, y para sobrevivir, el abuelo de Toshihiro comenzó a elaborar jugo de uva y otras bebidas dulces que eran populares entre las masas que habían estado en situación de pobreza durante tanto tiempo. Para 1955, solo Katashimo y otras tres bodegas permanecían en la prefectura de Osaka.

Ni Toshihiro ni Makiko habían planeado unirse al negocio familiar. Distintos motivos los obligaron a regresar. Después de la universidad, Toshihiro aceptó un trabajo en una empresa papelera. Katashimo seguía involucrado en la producción de bebidas dulces sin alcohol, y veía poco futuro en la bodega, si es que aún podía llamarse así.

Toshihiro decía que ser asalariado no encajaba con su personalidad, y que fue la lealtad a su familia lo que lo atrajo de vuelta. La salud de su abuelo declinaba, y el actual presidente, su padre, sufría problemas de salud crónicos desde que enfermó durante su servicio militar en Manchuria.“Si no me dedicaba al negocio, todo desaparecería”, dijo Toshihiro. “La bodega más antigua del oeste de Japón desaparecería por completo junto con todos los viñedos. Estaba muy preocupado, así que acepté el reto”.

El retorno al negocio

A mediados de la década de 1970, a los 25 años, Toshihiro regresó a Katashimo. El cultivo de uvas extranjeras, liderado por cepas europeas como el Merlot y el Sauvignon Blanc, apenas comenzaba a extenderse en Japón. Sin embargo, él no estaba familiarizado con estas variedades. Es así que, en 1978, viajó a California para recorrer Napa y Sonoma y estudiar nuevas técnicas.

Pero la introducción de uvas occidentales no impulsó de inmediato el éxito de la bodega. En la década de 1980, los japoneses comenzaron a beber más vino, especialmente durante la «Era de la Burbuja» (1986-1991), marcada por un consumo ostentoso. En 1980, se consumieron unos 44.000 kilolitros de vino en Japón, una cifra que casi se triplicó hasta alcanzar los 118.000 kilolitros en 1990.

Pero durante ese mismo período, la cuota de mercado del vino importado aumentó de aproximadamente una cuarta parte a la mitad. Por su parte, la cuota de facto era significativamente mayor, ya que gran parte del vino «nacional» de Japón se producía localmente con concentrado de uva importado del extranjero. El vino se consideraba un lujo extranjero, y las cosechas japonesas genuinas tenían dificultades para abrirse camino.

De ese modo, Katashimo continuó apoyándose en la producción de bebidas azucaradas. Makiko recuerda haber envuelto botellas de «Chanmery» (una bebida gaseosa de uva sin alcohol cuyo nombre es una mezcla de «Champagne» y «Feliz Navidad») con papel brillante cuando tenía cinco años.

Los nuevos desafíos

Las constantes dificultades con el cambio climático siguen siendo el principal reto de la bodega. Sin embargo, su éxito también ha atraído a más visitantes, un problema positivo, aunque no exento de obstáculos como las barreras lingüísticas y culturales. En 2019, siete vinos Katashimo fueron seleccionados para la Cumbre del G20 en Osaka, el primero de una serie de reconocimientos.

Fuera de la unida comunidad vinícola japonesa, empezó a correr la voz de que una de las bodegas más antiguas del país se encuentra a las puertas de Osaka. Hace tan solo diez años, muy pocos extranjeros participaban en las visitas guiadas de la Bodega Katashimo, explicó Toshihiro. «Ahora vienen cada semana».