Vermouth, fernet y amargos son bebidas con historia que nacieron como tónicos medicinales en Italia y hoy regresan con fuerza a las barras del mundo. Estos licores aromáticos, protagonistas de la cultura del aperitivo y de cócteles clásicos como el Negroni o el Manhattan, pasaron de remedios digestivos a símbolos de sofisticación. Su origen, composición y reinvención explican por qué lo amargo volvió a ser tendencia global.
¿Cómo surgieron estas bebidas? “Cómo” y “dónde” son dos interrogantes que van de la mano. Los primeros registros aparecen en Italia, donde boticarios y herboristas del siglo XVIII mezclaban hierbas, raíces y especias con vino o alcohol para extraer esencias y crear tónicos digestivos. En ese contexto nació el vermouth, en Turín, creado por Antonio Benedetto Carpano en 1786. Nadie hubiera sospechado que una medicina podría algún día convertirse en bebida social. Su invento consistió en fortificar vino con artemisia —ajenjo en alemán, “wermut”— y otras plantas aromáticas, dando inicio a una categoría esencial en la cultura del aperitivo europeo.
El vermouth y la cultura del aperitivo
La fama del vermouth se extendió pronto por Francia y España, donde adoptó variantes locales. En París, la costumbre de beberlo en cafés se unió con la bohemia; en Barcelona, la “hora del vermut” todavía convoca a grupos en torno a una copa con sifón y aceitunas. También entró en la historia de la coctelería: sin vermouth no existirían el Manhattan, el Negroni ni el Martini Dry. Su versatilidad lo convirtió en comodín tanto de la barra como de las mesas hogareñas, e incluso en ingrediente de cocina y pastelería.
Italia fue origen y centro. Con su popularidad, el país multiplicó el universo de bebidas amargas. Los “amari” son licores a base de alcohol, azúcar y hierbas que las familias guardan celosamente. Las grandes fábricas también atesoran sus “recetas”. Campari, creado en Milán en 1860 por Gaspare Campari, se transformó en emblema del aperitivo.
Aperol, nacida en Padua en 1919, ofreció una versión más ligera y refrescante, hoy mundialmente conocida gracias al “Spritz”. Otros ejemplos son Cynar, elaborado con alcachofas desde 1952, y Averna, de Sicilia, con notas de caramelo y cítricos. Cada uno con estilo propio, todos compartieron la misión original: estimular el apetito, amenizar mesas familiares y convertirse en excusa de encuentro.
Hoy estos amargos resurgen en la coctelería contemporánea. Uno de los escenarios clave fue Nueva York, donde en la llamada Edad Dorada de la coctelería se forjaron clásicos que hoy vuelven reinterpretados. Bartenders reconocidos le dan lo que llaman una vuelta de tuerca a recetas como el Negroni, que mezclan con el “aztequísimo” mezcal; en Berlín lo combinan con cerveza artesanal, y en Tokio lo ensamblan con whisky japonés. Lo amargo, que parecía un gusto en extinción, se transformó en terreno fértil para la experimentación.

El fernet y su carácter singular
El fernet es la estrella con identidad propia dentro de esta familia. La receta más célebre es la de Fernet Branca, creada en 1845 en Milán por Bernardino Branca. Su composición incluye más de 25 hierbas y especias de cuatro continentes: mirra de África, ruibarbo de China, manzanilla de Europa, azafrán de Oriente Medio. Ese mosaico le da un sabor intenso, con perfil casi medicinal que lo distingue del resto de los amargos.
En Italia, el fernet se consolidó como digestivo, servido en pequeños vasos tras las comidas. Pero su internacionalización le abrió otros usos. En Estados Unidos es considerado un “ritual de bartender” y suele beberse en “shots” entre colegas. En Argentina, la mezcla con cola en grandes vasos derivó en un fenómeno social que convirtió a un licor serio en bebida de identidad popular, especialmente en Córdoba, provincia ubicada en el centro del país.
Esa versatilidad explica su vigencia. Puede disfrutarse solo, mezclado o en cócteles de autor. Barras europeas lo reivindican en recetas contemporáneas, donde brilla su potencia y su capacidad de dar estructura. En Londres o Berlín lo combinan con destilados locales para dar un toque moderno, mientras que en Milán vuelve a servirse con la solemnidad de un digestivo clásico. Ese doble juego —entre tradición e innovación— mantiene al fernet vivaz, presente y cada vez más buscado por paladares curiosos.

Del remedio al símbolo de estilo
Lo curioso es que estas bebidas nacieron como medicina. El vermouth se recetaba para abrir el apetito, los amargos para aliviar la digestión, el fernet para curar males estomacales. Hoy son símbolos de estilo, con botellas que evocan nostalgia y estrategias de marketing que los asocian a la sofisticación. El diseño retro de sus etiquetas, sumado al rescate de lo vintage, atrajo a nuevas generaciones que los muestran con orgullo en redes sociales.
¿Cómo puede una bebida tan amarga gustar tanto? Justamente ahí está el atractivo. El gusto amargo, lejos de ser obstáculo, se volvió contraseña. En un mercado saturado de refrescos dulces, lo amargo ofrece autenticidad y carácter. Los consumidores jóvenes lo adoptaron como puerta de entrada a sabores más complejos y también como signo de madurez. Instagram lo demuestra con imágenes de vasos de vermouth rosso o Negronis brillantes que se repiten en todo el mundo.
La movida impulsó además a productores boutique. En Estados Unidos aparecen amargos con hierbas locales; en Francia destacan vermouths artesanales; en España resurgen fórmulas históricas adaptadas a la modernidad. Esa diversidad reafirma el poder de lo amargo y confirma que no es moda pasajera, sino lenguaje global en expansión.
Los maridajes suman otra dimensión. Un vermouth seco acompaña quesos curados o mariscos; un amargo dulce puede contrastar con postres de chocolate; el fernet armoniza con carnes rojas o guisos especiados. De aperitivo pasaron a formar parte de la mesa completa, abriendo un amplio abanico de posibilidades gastronómicas.
Lo que nació en laboratorios improvisados de boticarios italianos circula hoy por bares de todos los continentes. Vermouth, amargo y fernet: tres productos con historia, identidad y carácter. Lo que los une es un sabor desafiante. Ese recorrido demuestra que las bebidas con personalidad sobreviven al tiempo y a las modas. Nacieron para curar, siguieron como ritual social y hoy se reinventan como íconos cosmopolitas. Lo que alguna vez fue medicina es ahora un gesto cultural compartido, casi un emblema de generaciones jóvenes.