En Borgoña, hay un lugar al que todo amante del vino acaba yendo tarde o temprano. En 1945, la familia de Villaine colocó una alta cruz de piedra junto a su viñedo Romanée-Conti en el pueblo de Vosne-Romanée. Originariamente, una ofrenda de agradecimiento a Dios por el fin de la guerra, la cruz se ha convertido desde entonces en lugar de peregrinación habitual. Podríamos decir, un símbolo del Olimpo del vino. Solo unos pocos privilegiados llegarán a probar el vino de este venerado viñedo tinto: los precios parten de los 20.000 €, si es que se consigue encontrar una botella. Pero tocar la cruz es acortar, al menos simbólicamente, la distancia entre el sueño y la realidad. Una forma tangible de conectar con un mito.

En los últimos años, Borgoña parecía estar al borde de convertirse en pura mitología, algo inalcanzable. Incluso los precios de los vinos de pueblo se han incrementado, impulsados ??por cosechas escasas y una demanda global en auge. Los viticultores no contestan el teléfono y sus bodegas permanecen cerradas, abriéndose solo para importadores y periodistas. Las botellas se vacían en restaurantes con estrellas Michelin y tras puertas privadas. Sin embargo, el vino siempre encuentra la manera de escapar de su propio encierro, y ahí reside parte de su encanto imperecedero.
Un evento especial
A pocos kilómetros al norte de la cruz se encuentra el pueblo de Vougeot y su emblemático viñedo Clos Vougeot. Este viñedo se originó por obra de los monjes cistercienses de la abadía de Cîteaux a principios del siglo XII. Con el tiempo, fueron los primeros en observar cómo el suelo, la pendiente y el microclima moldean el sabor del vino; en esencia, fueron visionarios del terroir. Es la tierra sagrada de Borgoña. En el corazón del viñedo se alza un castillo donde antaño vivían los monjes y elaboraban vino. Desde 1945 pertenece a la Confrérie des Chevaliers du Tastevin, la cofradía que promueve los vinos de Borgoña y organiza fastuosas cenas y ceremonias. Un mundo elitista y cerrado; pero esta noche, las puertas del castillo están de par en par.
Asistimos a Vin et Hip Hop, la cuarta edición del que posiblemente sea el evento más comentado del mundo del vino, que marca el fin de la vendimia en Borgoña. Bajo el imponente arco de piedra, se ven botas de ante, chalecos de cuero, chándales Gucci con monograma, camisetas con capucha y camperas de jean, seguidas de blazers de tweed, jerséis de cuello alto negros y bufandas de cachemir. Neoyorquinos, parisinos y londinenses se mueven entre las barricas, donde los mejores enólogos de Borgoña —Dujac, Thibault Liger-Belair, Mugneret-Gibourg, PYCM, Leflaive— sirven sus Vosne-Romanée y Chassagne-Montrachet para todos, al ritmo de una mezcla de hip hop franco-estadounidense con temas de Beethoven, Édith Piaf y Cardi B, en un patio medieval.
El vino y el hip hop
“Normalmente solo veo el Château du Clos de Vougeot durante eventos oficiales: recepciones, cenas de gala. Siempre me ha parecido solemne y formal”, comenta Cécile Tremblay, una de las productoras más solicitadas de Borgoña. “Verlo en un contexto hip hop, con catas y baile entre las antiguas prensas de los monjes cistercienses, es algo nuevo”. El evento es una colaboración entre el enólogo Jeremy Seysses de Dujac, Jermaine “Wolf of Wine” Stone, nacido en el Bronx, y la agencia de eventos Hautes Côtes. Seysses, un fanático del hip hop de toda la vida y amigo de Jay-Z —incluso mencionado en la canción “Top Off” de DJ Khaled, “Dujac by the mag, that’s how we do wine”— se asoció con Stone para hacerlo realidad, y poco después se unió la productora Milena Berman.

El vino y el hip hop comparten mucho: la artesanía, el afán de autoexpresión, el respeto por las raíces y un espíritu contracultural. Es fascinante ver cómo Borgoña —a menudo elitista e inaccesible— se transforma a través de la música. El ritmo disuelve su rigidez: ya no hace falta encontrar las palabras adecuadas para los aromas, girar la copa de la forma correcta ni recitar detalles del terroir. Lo que reemplaza esa estructura es una celebración dionisíaca pura, o el placer mismo, que es la esencia de la cultura del vino.
Eventos como Vin et Hip Hop ayudan a conectar el vino con un público más joven, que bebe menos que las generaciones anteriores pero realiza elecciones más selectivas y culturalmente influenciadas. No buscan vino por el vino mismo, sino un Pommard de una bodega prestigiosa; no pop comercial, sino actuaciones de los mejores artistas de hip hop. El futuro de los eventos vinícolas reside en encuentros que unen mundos y celebran la diversidad.
