En los últimos dos años, Sergio Massa eligió el bajo perfil. No por falta de presencia, sino para reordenar su influencia en silencio, lejos del ruido y de la interna permanente del kirchnerismo. Aunque evita aparecer en el centro de la escena, su peso político sigue intacto, especialmente en la provincia de Buenos Aires, donde opera como un articulador clave.
La última elección lo encontró detrás de escena, pero arriba de los dos escenarios decisivos: el del triunfo arrollador del 7 de septiembre y el de la derrota ajustada del 26 de octubre. En ambos estuvo. En ambos escuchó. Y en ambos tomó nota del mensaje que dejó el electorado.
Una interna que condiciona todo
La tensión interna entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof atraviesa al peronismo y lo empantana. Massa, que no quiere quedar atrapado en ese fuego cruzado, fue directo ante un intendente con el que tomó café esta semana: “Si no la resuelven, la gente se los lleva puestos”.
Esa disputa bonaerense —que representa al 40% del padrón— se convirtió en el principal freno para cualquier armado nacional. Gobernadores, senadores y operadores coinciden en un diagnóstico: mientras Buenos Aires no ordene su interna, no habrá estrategia posible para el 2026.
Silbar bajito y cerrar el año sin estallidos
Massa pidió bajar un cambio. Lo hizo en el grupo de WhatsApp de diputados del Frente Renovador, donde algunos estaban demasiado acelerados tras la campaña. Su línea es simple: menos gritos, más orden, y dos objetivos concretos antes de fin de año. Aprobar el Presupuesto y el endeudamiento bonaerense, y ordenar los bloques legislativos.
El temor a una ruptura en Fuerza Patria alimentó especulaciones: ¿se va el massismo?, ¿se parte el bloque?, ¿qué harán los diputados alineados con Kicillof?, ¿los gobernadores arman propio? Massa pidió desactivar esa ansiedad. El peronismo, dice, debe terminar el 2025 sin incendios internos.
El debate profundo que Massa quiere abrir en 2026
Más allá de la rosca, Massa piensa en un debate de fondo: qué representa hoy el peronismo y qué modelo quiere ofrecer. Plantea que la fuerza debe asumir errores propios, modernizar su discurso y reconectar con los sectores productivos y con la clase media desencantada.
En reuniones privadas, fue tajante: “Defendemos la escuela y los hospitales públicos, pero hay muchos que son un desastre. Hay que decirlo antes de pensar cómo los mejoramos”.
También hizo preguntas incómodas que, según él, el peronismo no puede evitar más: ¿Elegimos pymes o cooperativas? ¿Empleo formal o planes sociales eternizados? ¿Docentes enseñando o paros permanentes? ¿Queremos discutir cómo impactan la robótica y la IA en el trabajo o seguir mirando para otro lado?
Un nuevo peronismo: menos fotos, más programa
Massa está convencido de que el peronismo debe dejar de oponerse por reflejo automático. Su postura es dura frente al Gobierno, pero no intransigente: no se trata solo de bloquear reformas libertarias, sino de presentar alternativas serias, coherentes y con ADN justicialista.
Ese método —dejar atrás el fotoperiodismo político y priorizar acuerdos programáticos— se volvió un consenso interno tras la derrota electoral. La fuerza necesita, dice, un discurso moderno, un plan económico viable y nuevas alianzas por fuera del peronismo tradicional. Ya no alcanza con la unidad forzada.
El desafío del 2026
El año que viene, el peronismo entrará en una etapa decisiva. No solo tendrá que resolver la eterna interna kirchnerista y su liderazgo. También deberá diseñar un proyecto atractivo, competitivo y conectado con lo que la sociedad demanda hoy: orden, trabajo, seguridad, innovación y eficacia.
Massa quiere ser parte de ese proceso, pero sin repetir viejos vicios. Cree que la clave será abrir el debate y sumar voces sociales, productivas y técnicas capaces de explicar por qué el modelo libertario golpea sectores sensibles y qué alternativa puede construir el justicialismo para volver a enamorar al electorado.
