La Antigua Roma no se agota en sus magníficos edificios y colosal arquitectura. Por eso surge la curiosidad sobre la vida cotidiana e inmediatamente nos preguntamos: ¿cuál era el vino blanco que tomaban los romanos?
Se trataba de un vino blanco distinto, una especie de torrontés, emblema del valle del valle Calchaquí, cuyas etiquetas más significativas repican cual símbolo de la zona, como la bodega Mena Saravia en el Alto Valle de Hualfín, Colomé en Molinos o Yacochuya en Cafayate.
Este vasto imperio se caracterizó por sus conquistas. Un plan expansivo la convirtió en una potencia, marcando para siempre el destino de Occidente. Pero no todo eran batallas, el esparcimiento ocupaba un lugar primordial en el día de día de estos guerreros, también marcaron el rumbo en la vida familiar.
Y para ello nada mejor que degustar sus manjares en el “triclinium”, el comedor que tenían los romanos donde estaban ubicados los tres “klinai”, especie de sofá para degustar los manjares acompañados de una copa de vino blanco, que por lo general era el vino Falerno, conocido especialmente en el norte de Campania.
Plinio el Viejo, un aporte invalorable
¿Quién fue Gaius Plinius Secundus, más conocido como Plinio el Viejo? Autor de la afamada “Naturalis Historia” o “Historia natural”, Plinio el Viejo recopiló el saber de su época en esta enciclopedia con una variopinta selección de temas interesantísimos, que van desde el vino y su saber hacer hasta la zoología pasando por la botánica, geografía y detalles como la vida de las abejas, la minería, las enfermedades y las curas para cada afección.
Pero centrémonos en el vino, ya que Plinio mencionó varias cepas con distintos nombres, inclusive algunos que desafían hasta al más avezado conocedor. El vino Falerno, que ya mencionamos, era uno de los más conocidos y prestigiosos, si no el más renombrado, y su cepa emblema era la aminea, considerada de gran calidad y cuyo cultivo se realizaba en los alrededores del monte Massico, en la zona de Campania.
Las variedades se extendían por todo el territorio del Imperio Romano, teniendo en cuenta que Plinio vivió en el siglo I después de Cristo, cuando aún el imperio no había alcanzado su máxima extensión, hecho que ocurrió bajo los dominios del emperador Trajano, tan solo unos años después de la muerte de Plinio, ocurrida en el año 79 d. C., durante la trágica erupción del volcán Vesubio.
Otra variedad muy conocida era la nomentana, originaria de la ciudad de Nomentum, hoy con el nombre de Mentana, ubicada en la región del Lacio, a pocos kilómetros de Roma. Esta variedad gozaba de gran prestigio por sus nobles características capaces de producir vinos de calidad y por su firmeza. También estaba la cepa nomentana alba, que se daba excelentemente bien para producir vinos blancos frescos y aromáticos.
Plinio, además, se detuvo a mencionar a una uva dulce que atraía a las abejas, variedad bautizada como apiana, aunque también se la llamaba uva de las abejas por la dulzura y la capacidad para producir vinos especiales que consumían generalmente con postres.
Otras variedades descriptas por Plinio el Viejo fueron la helvola, variedad de uva blanca que se daba de maravillas en la zona del Lacio; la bitúrica, llevada de la zona de Burdeos, en Francia, que se adaptó muy bien al suelo y era ideal para ricos tintos; la raética, uva tinta que se utilizaba para vinos de gran calidad, junto con la variedad sura, que se daba en distintos suelos esparcidos en una amplia zona, y la bumasto, de gruesa piel.
De odres y odas
Recorriendo el vasto mundo de la Antigua Roma, no podemos menos que detenernos en la poesía, y viene a cuento recordar al conocido escritor y poeta Horacio, que murió en el año 65 antes de Cristo. Aún hoy es estudiado por la profundidad y elegancia de sus versos que escondían verdades filosóficas.
Él es el autor de la conocida frase “carpe diem”, donde incitaba a disfrutar la vida, y a menudo mencionaba el vino como fiel acompañante del hombre y guía de los placeres mundanos. En una de sus odas más conocidas, que lleva esta frase como bandera, Horacio insta a vivir el presente, olvidarnos del futuro y del pasado, disfrutar del hoy, y menciona al vino como un compañero perfecto para estos momentos.
En un pasaje de la oda, el poeta pide a su amigo Thaliarcus que avive con más leña el fuego de su chimenea. La escena se completa con la invitación a beber un “añejo” de cuatro años, de excelente calidad, festejando la vida, pero por sobre todo el momento, ese que transcurre eternamente, como eterno es el gran Horacio.