Resulta difícil pensar en la posibilidad de una crisis cuando consideramos que los vinos en España tienen una historia tan rica como antigua. La diversidad regional del país se refleja fielmente en ellos, cuyo rango oscila desde vinos blancos ligeros y secos en la región atlántica de Galicia hasta tintos robustos y alcohólicos en la zona mediterránea del sur. La región de Andalucía, al suroeste, es famosa por la producción de vinos de postre y, especialmente, de jerez.
A pesar de que los antiguos fenicios, un pueblo vinicultor, fundaron Cádiz al rededor del 1100 a. C, no fueron ellos quienes introdujeron la práctica vitivinícola a la península ibérica, ya que la vid se cultivó en el territorio entre el 4000 y el 3000 a. C. En efecto, se encontraron uvas en España que incluso precedían al homo sapiens por millones de años.
Desde el siglo I d. C., el territorio de la península fue sede de una sensible cantidad de conquistas. Así, a los romanos les siguieron los celtas y los visigodos, y, posteriormente, se establecieron los moros, en el siglo VI. Los musulmanes, a pesar de estar imposibilitados por las escrituras sagradas de comercializar vino, cultivaron viñedos de manera sostenida.
Al rededor de 1250, los vinos de España se enviaban de manera regular desde Bilbao a los puertos ingleses de Southampton y Londres. La calidad de estos vinos era, por cierto, muy buena: cuando el rey Eduardo III fijó los precios máximos para los vinos, un barril del mejor vino español podía costar lo mismo que uno del mejor francés. Los vinos españoles eran populares debido a que, por proceder de un clima cálido, presentaban un elevado contenido alcohólico y, por lo tanto, duraban más que los vinos franceses o alemanes. Algunos de estos vinos, sin embargo, tenían su graduación de alcohol como único mérito. De allí la costumbre de utilizarlos para adulterar vinos más costosos y lábiles.
Los vinos españoles en los tiempos modernos
Para el siglo XIX, la situación vitivinícola española cambió sensiblemente. Un factor clave fue la plaga de filoxera, que arribó a Málaga en 1878 y devastó el sustento de miles de productores, muchos de los cuales migraron a América del Sur buscando una vida mejor. Así, la industria vitivinícola de Málaga nunca pudo recuperarse del todo. Por su parte, Rioja y Navarra, por su cercanía geográfica con Burdeos, se beneficiaron de la experiencia y el influjo de los franceses.
Los españoles se jactan de tener más de 600 variedades diferentes de uva, aunque el 80% de los viñedos españoles consisten en apenas más de 20 de ellas. Las uvas más importantes cultivadas en España son, entre otras, Airén, Tempranillo, Bobal y Garnacha.
¿A qué responde la actual crisis vinícola?
En España, el vino tinto se sitúa frente una crisis, principalmente, en el consumo. Ello está instigando a los productores a frenar las maquinarias en busca de alternativas. Las autoridades sostienen que el sector vitivinícola prevé que los precios del producto desciendan hasta un 20% en la próxima temporada. Ello desencadena que no sea rentable, en términos económicos, elaborarlo. Por esa razón, los productores están contemplando otras opciones, tales como producir vino rosado o, incluso, emplear la uva tinta en la elaboración de nuevos tipos de bebidas.
En paralelo a la pérdida en la rentabilidad del vino tinto, el sector denuncia que existe una escasez del blanco, en razón de que se está prefiriendo considerablemente más entre el público consumidor. Se sugiere que este año dará inicio la campaña sin reservas de vino blanco. Sostienen que «prácticamente no queda nada, no hay mostos, tampoco blancos». De manera que los compradores están inclinándose cada vez más por las otras variedades. Por supuesto que ello implica que los vendedores comiencen a dirigir su atención hacia aquellas alternativas.
Evidentemente, con lo que sí se cuenta es vino tinto. Algunas bodegas afirman tener todavía un stock considerable sin vender. Durante la pandemia de 2020 empezó a dar indicios de exceso y, desde entonces, los hábitos de consumo han cambiado de manera drástica entre los consumidores más jóvenes. Ahora, los nuevos aficionados al vino son diferentes. Prefieren ejemplares de baja graduación, más frescos, tales como los blancos, pero también los rosados.
Es así que los consumidores buscan, cada vez más, un producto más refrescante en las variedades de blanco y rosado. Esto, al mismo tiempo, conlleva una crisis de demanda del vino tinto. Es decir, los productores estarían situados en una encrucijada que responde a los cambios en los hábitos de consumo, lo cual estaría haciendo mella sobre sus cuentas.