En un contexto de crecimiento acelerado de la base monetaria, que alcanzó un 166% interanual, las políticas fiscal y monetaria implementadas por el ministro de Economía, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, han logrado un equilibrio inusual: expandir el dinero en circulación sin provocar un impacto significativo en la inflación.
Aunque la base monetaria amplió su tamaño considerablemente, la inflación mensual mostró una marcada desaceleración, cerrando noviembre con un 2,4%, el nivel más bajo desde 2020. Este fenómeno, aparentemente contradictorio, se explica por cambios en la dinámica de expansión monetaria.
La principal causa del aumento de la base monetaria fue la intervención cambiaria del Banco Central, que acumuló reservas internacionales a través de compras en el mercado oficial, inyectando $18,3 billones en los últimos 12 meses. Este proceso se complementó con la gestión de instrumentos financieros, como el desarme de Leliq y pases pasivos, que añadieron otros $16,7 billones.
Sin embargo, el impacto de estas expansiones fue contrarrestado por operaciones con instrumentos como las LEFI (Letras Financieras del Tesoro), que retiraron $10,3 billones del sistema, y los intereses de estos instrumentos, que redujeron la liquidez en $12,8 billones adicionales.
Meta de base monetaria amplia y demanda de dinero
Desde julio, el Gobierno estableció como objetivo mantener estable la base monetaria ampliada en $47,7 billones, lo que permitió absorber las expansiones sin desencadenar desequilibrios inflacionarios. Esta base incluye no solo el dinero en circulación y los depósitos bancarios, sino también activos esterilizados en instrumentos como Leliq y LEFI.
La demanda de pesos fue clave en este esquema. La desaceleración de la inflación y la estabilidad del tipo de cambio incentivaron al público a mantener pesos, ya sea en forma de efectivo o en depósitos a plazo fijo, lo que permitió canalizar la liquidez hacia activos seguros.
Política fiscal y tipo de cambio como anclas
La estrategia fiscal del Gobierno se centró en alcanzar un superávit primario, eliminando la necesidad de financiamiento monetario del déficit. Según Juan Manuel Truffa, de Outlier, “el déficit fiscal reducido a cero eliminó el principal motor de emisión descontrolada, estabilizando las expectativas”.
En paralelo, la política cambiaria jugó un rol crucial. La intervención del Banco Central en el mercado cambiario mantuvo el dólar oficial bajo control, actuando como una herramienta para contener la inflación. La estabilidad del tipo de cambio oficial, con un ritmo de apreciación mensual del 2%, y las medidas para regular los dólares financieros permitieron diluir expectativas de devaluación, generando confianza en el mercado.
Perspectivas y desafíos futuros
Aunque los resultados actuales son prometedores, el camino no está exento de riesgos. Factores estacionales, como aumentos en la demanda de dinero y ajustes salariales, podrían presionar la inflación hacia una meseta en torno al 2,5% mensual en los próximos meses.
Por otra parte, los riesgos externos, como fluctuaciones en los precios de las materias primas o cambios en monedas regionales, representan desafíos significativos. Según Juan Pazos, de TPCG, “este esquema es sostenible en el corto plazo, pero enfrenta vulnerabilidades ante shocks internacionales”.
La estrategia de Caputo y Bausili demuestra que es posible expandir la base monetaria con cautela y precisión, aprovechando la demanda de pesos y gestionando cuidadosamente las herramientas monetarias. No obstante, la continuidad de este enfoque dependerá de ajustes estratégicos y de cómo el Gobierno navegue los riesgos económicos y políticos que se presenten en el horizonte de 2025.