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POLÍTICA

Más del 80% de los jóvenes de barrios populares del AMBA creen que nunca dejarán de ser pobres, según una encuesta

Un informe reveló la profunda crisis entre adolescentes del conurbano. La mayoría renunció a sus aspiraciones y considera que solo un milagro podría cambiar su destino.

Jóvenes

En un dato tan preocupante como revelador, un estudio conjunto del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), ligado a los jesuitas, y el think tank FUNDAR, expuso el colapso de la confianza de miles de jóvenes que habitan en los barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires. Según los datos, el 40% de ellos directamente afirma que no tiene futuro. Otro 40% considera que sus posibilidades de progreso son mínimas. Y apenas un 20% mantiene alguna expectativa de superación, aunque marcada por la incertidumbre.

El informe, titulado “La narrativa rota del ascenso social”, expone el impacto de décadas de abandono, degradación institucional y políticas clientelares que lejos de resolver la pobreza estructural, la profundizaron. Lejos quedó aquella Argentina de movilidad social ascendente. En palabras del estudio, los jóvenes del conurbano ya no esperan subir la escalera: sienten que ni siquiera existe.

El Estado ausente y la fantasía como único proyecto

El relevamiento —basado en encuestas a 600 jóvenes de entre 16 y 24 años y en 47 entrevistas en profundidad— se realizó en barrios populares de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del conurbano bonaerense. En esa región, donde vive el 34% de los menores del país, alrededor del 40% reside en villas o asentamientos.

Según el informe, las condiciones estructurales del entorno son tan precarias que la mayoría de los entrevistados responde sobre su futuro con fantasías, o directamente con resignación. “Un golpe de suerte” o “algo mágico” son las expresiones que más se repiten al intentar imaginar un porvenir mejor.

Familias vulnerables y abandono escolar

El estudio también revela que el 43% de los hogares son sostenidos por mujeres, que además se encargan del cuidado de los hijos. Un 30% son familias monoparentales. Y en más de la mitad, los adultos no cuentan con herramientas mínimas para la crianza. La falta de estructura familiar impacta de lleno en la escolaridad.

Aunque más del 90% de los jóvenes quiere terminar la secundaria y acceder a estudios superiores —el 40% sueña con una carrera universitaria—, el 57% de los que tienen entre 19 y 24 años no terminó el nivel medio. El 76% debió salir a trabajar en la infancia para ayudar en su casa.

Entre las causas de abandono educativo aparecen la desmotivación, la violencia escolar, las suspensiones de clases frecuentes y el consumo de drogas. “Yo lloraba porque iba y no entendía nada”, relató una joven de familia cartonera, al contar su paso por la universidad tras completar el secundario en una escuela de baja calidad.

Drogas, violencia y encierro

La esquina es el primer espacio de socialización y, muchas veces, de caída. La compraventa y el consumo de drogas forman parte del paisaje habitual. La mitad de los encuestados dijo consumir o haber consumido, y el 43% conoce a vecinos que venden. Algunos hasta relataron cómo los narcos ofrecen pagarles “con plata o con droga”.

El inicio en el consumo se da cada vez más temprano: entre los 9 y los 13 años. La vida en el barrio, advierten, está atravesada por situaciones de violencia, tentaciones delictivas y falta total de contención institucional. En ese contexto, las iglesias y centros comunitarios aparecen como los pocos espacios capaces de brindar apoyo emocional y recrear horizontes posibles.

La escuela como refugio… o frustración

Para muchos jóvenes, la escuela representa la última posibilidad de “ser alguien”. Sin embargo, más del 50% la describe como una experiencia negativa: el 34% falta porque no tiene ganas, el 56% menciona casos frecuentes de violencia, y el 55% destaca la suspensión constante de clases.

La falta de infraestructura, docentes ausentes y contenidos desactualizados debilitan aún más el ya frágil vínculo con el sistema educativo. Y cuando logran llegar a la universidad, el contraste con sus compañeros —que sí recibieron una educación de calidad— genera frustración, inseguridad y retroceso.

El fracaso de las promesas populistas

El estudio no lo dice con estas palabras, pero los resultados son un retrato cruel del fracaso de décadas de gobiernos que prometieron justicia social y terminaron perpetuando la pobreza. En lugar de brindar herramientas reales de progreso, instalaron un sistema de subsidios y dependencia que hundió a generaciones completas en la marginalidad.

La “narrativa rota del ascenso social” no se quebró sola. Fue dinamitada por un modelo que postergó el mérito, la educación de calidad y la cultura del trabajo. La emergencia del narcotráfico como regulador del territorio, la informalidad estructural y la ausencia del Estado en cuestiones básicas —salud, educación, seguridad— completaron el escenario.

Mientras el Gobierno de Javier Milei avanza con medidas para ordenar la macroeconomía y eliminar el déficit fiscal, en el conurbano profundo queda en evidencia la dimensión del desastre heredado. Reconstruir la esperanza en esos jóvenes será uno de los desafíos más complejos de esta etapa. Porque no se trata solo de números, sino de reconstruir una narrativa colectiva de progreso real.