Juan Grabois, referente del kirchnerismo más radicalizado, volvió a estar en el centro de la escena luego de encabezar una ocupación del Instituto Nacional Juan Domingo Perón, en la ciudad de Buenos Aires. La toma del edificio público —cerrado por decisión administrativa ante la falta de justificación presupuestaria— fue una nueva muestra del método que el dirigente piquetero ha cultivado durante años: la presión callejera como forma de hacer política. Martín Lousteau apareció buscando rédito político.
La reacción del Gobierno fue inmediata. La Policía Federal, junto a efectivos porteños, desalojó el inmueble ubicado en Recoleta y detuvo a Grabois junto a un acompañante. Ambos fueron liberados horas después.
Lousteau, la UCR y una defensa que alimenta la confusión
Pero el dato político llegó al día siguiente. Martín Lousteau, presidente de una UCR cada vez más desdibujada, salió a defender a Grabois con un mensaje en redes sociales que generó repudio incluso dentro del propio radicalismo. El senador escribió: «Si es un presidente que dicta una detención arbitraria sin orden judicial sobre un dirigente opositor, es un autoritario».
La frase no solo evidenció una lectura jurídica cuestionable, sino también un gesto de alineamiento con un sector del kirchnerismo que durante años desmanteló las instituciones de la República. Lousteau, lejos de representar una alternativa moderna para la UCR, ha sido señalado incluso por excorreligionarios como uno de los responsables de hundir al centenario partido, diluyendo su identidad en alianzas erráticas y posicionamientos confusos.
Un intento más por dañar al Gobierno
En el fondo, lo que quedó en evidencia con esta escena fue una jugada política que busca erosionar al Gobierno de Javier Milei. Desde hace semanas, distintos sectores opositores vienen instalando una narrativa de «autoritarismo». A pesar de que todas las decisiones han sido tomadas en el marco de la ley.
La ocupación del Instituto Perón —un inmueble costoso, con escasa utilidad pública y foco de recursos cuestionados— es difícil de justificar. Grabois, sin propuestas concretas, eligió un acto de provocación política para victimizarse. Y Lousteau, en lugar de cuestionar la metodología, optó por la defensa automática, buscando rédito personal en medio del desgaste de su figura.
Ataques, discursos incendiarios y victimización
Apenas fue liberado, Grabois lanzó una serie de declaraciones cargadas de insultos. Acusó al Gobierno de “tener miedo”, calificó a sus integrantes de “mierda de gente” y amenazó con “hacerles pagar” sus decisiones políticas. Además, apuntó directamente contra Patricia Bullrich, Karina Milei y la ministra Pettovello.
Con su habitual tono confrontativo, el dirigente social denunció que el cierre del Instituto Perón responde a una supuesta intención de venderlo a empresarios cercanos al oficialismo. No presentó pruebas, pero eso no impidió que repitiera la acusación en distintos medios afines al kirchnerismo.
Una puesta en escena funcional a la interna opositora
La toma del edificio, la detención, la liberación y las declaraciones posteriores de Grabois parecen responder más a una puesta en escena política que a un reclamo legítimo. El Instituto Perón ya había sido cuestionado por su nulo aporte a la gestión pública, el uso partidario de sus recursos y su escasa transparencia.
En lugar de plantear una discusión seria sobre el rol del Estado, Grabois eligió el camino de la agitación y Lousteau el del oportunismo. Ambos, funcionales a una estrategia que busca obstaculizar al Gobierno y posicionarse como referentes en una oposición que, por ahora, carece de propuestas.