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SOCIEDAD

Dr. Edmundo Severo Mena – UN HERMANO INOLVIDABLE

En su cumpleaños

(Por R. Federico Mena- Martínez Castro)- Nació en la ciudad de Tucumán, un veintiséis de octubre de 1938 en el hogar conformado por el doctor Edmundo Severo Mena y María Eloísa Martínez Castro, siendo el mayor de cinco hermanos.

Quien esto escribe, y cerrando los ojos para avizorar el pasado, vuelven a la memoria los acentos musicales de su voz tan particular, como así también la armonía de su discurso sereno y calmosamente ecuánime.

Fue ante todo un abogado en funciones, amando la controversia judicial para solucionarla siempre con justicia; siguió el legado de su padre, un distinguido profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, – cátedra de Derecho Comercial II-, como así también en las distintas asignaturas de la vida. Edmundo Mena recogió esa herencia sin dilapidarla, honrándola con fervor, ya que fue él mismo por merecimientos propios un destacado profesor de Derecho Comercial I y vice decano de la misma Facultad.

En el fuero federal ocupó los cargos de secretario penal y fiscal I, desempeñándose con la probidad y honradez que le fueran tan características. La expresión de sus convicciones se volcó como un torrente dentro del ámbito familiar donde se sentía feliz, y donde el latido selecto de su ejemplo se derramaba generoso y contundente, como una plegaria, dentro de los resplandores de la vida.

El doctor Mena pertenecía a esa generación que sentía admiración por la inteligencia, practicando las buenas formas tanto sociales como literarias, dado que él fue también un escritor. Adhería a esa generación donde lo que sobraba era el amor por las cosas nobles y justas, el respeto irrestricto a los mayores, la atención puesta en los consejos de los padres, y por esa conversación donde no se escuchaban palabras soeces ni violentas, y donde en las sobremesas familiares se alternaban temas de alta cultura. Ese era el ámbito donde el ejemplo florecía en la palabra siempre justa de los mayores.

Los gustos refinados heredados de su hogar, adornaban su espíritu poseedor de condiciones sobresalientes, donde la expresión de su pensamiento estuvo siempre envuelta en la belleza de las formas. Era su conversación un deleite sutil y no sólo un instante pasajero, donde al hablar, el temple de su voz se agigantaba, enredándose en su risa siempre oportuna y jovial.

Dejó así señalado su paso por las arenas de todos los foros donde le tocó desempeñarse, dejando su silueta dibujada con trazos inconfundibles.

La ternura de la lágrima se evapora, pero siempre estará allí la huella visible de su paso, robusta y contundente, donde su recuerdo flotará por siempre, sobre las emociones de quienes le amaron.

Por suerte fue abundantemente ungido por el respeto público, constituyendo justa recompensa a sus afanes de hombre bueno y de corazón.

No llegó a cerrar el período de su actividad necesaria, ni vislumbrar desde las alturas de una ancianidad feliz, el crecimiento y desarrollo de los retoños vigorosos-sus progenies-, que le convertían en abuelo feliz.

Fue un viajero impenitente marchando en pos de ese vellocino de oro: La Verdad, para lo cual debió abrir los brazos a los dolores de este mundo.

Conformó su hogar con Aída Saravía Leguizamón y cuatro hijos, herederos de su impronta.

Edmundo Mena ha cumplido debidamente su misión en esta tierra, y una vez serenado el dolor de su partida, sea para los que quedamos, la lumbre propicia que nos guíe en los momentos de tribulación y desesperanza.