El vino ha cosechado, a lo largo de la historia, una larga y prolífica historia con la palabra escrita. En efecto, no solamente consiguió inspirar grandes obras de la literatura, sino que también, de algún modo, se nutrió y recibió influencias de ella. Se tratan entonces, de un caso particular de relación simbiótica que consigue exceder lo elemental de la uva y las palabras, elevando la esencia propia de ambas a niveles que trascienden cualquier fenómeno cotidiano.
Resulta notorio que una copa de vino es perfectamente capaz de despertar la creatividad, pero bien podría argüirse que ello también puede acontecer con la cerveza, el whisky y hasta incluso con los licores más baratos. De modo tal que algo más debiera de existir, algo tangible, intrínseco a la palabra escrita y a la legión de aromas y gustos que emergen en simultáneo al cultivo, fermentación y embotellado de, digamos, un corriente ejemplar de Cabernet Sauvignon.

Existen cientos de razones, desde luego. En principio, el vino, en contraste con la mayoría de las otras bebidas alcohólicas, es pasible de definirse mediante tonalidades orgiásticas. Fruta, alquitrán, madera, suelo, chocolates, acidez, piedras, tierra, humo, y la lista podría extenderse aún más. Tal es así que ser un crítico de vinos implica tener un paladar entrenado. Podríamos decir, el paladar tanto de un artista como el de un experto. Si a ello se le agrega el riesgo siempre vigente de la pretensión, algo que, por otro lado, es una constante en toda actividad creativa, se hace aún más patente el porqué de que sendos elementos, a priori tan dispares, se complementan a la perfección.
El vino y la cultura
Es innegable que el vino ocupa un lugar central para culturas y religiones de todo el mundo. En efecto, en muchos rituales cotidianos, el vino se entiende como condición sine qua non, por ejemplo, para celebrar a Dios, las bodas y otros momentos trascendentales que constituyen la vida y la muerte de las personas, así se trate de un vino consagrado o un sencillo brindis con Champagne. Cabe preguntarse entonces, ¿Es de extrañar que la literatura, cuya función central es la de interpretar los misterios de la vida humana, acuda una y otra vez al vino como una fuente de inspiración?
Uno bien podría, con facilidad, escoger cualquier libro del anaquel de la biblioteca, dar con una oración en la que se hace mención del vino y redactar, a partir de ella, toda una tesis en torno a la cultura, la sociedad, la historia y la filosofía y el arte en sí mismo. Así también, es posible indagar en cuestionamientos en torno a por qué determinado personaje hace mención de aquel vino en determinado momento y el significado que tiene tanto para la diégesis en sí misma como para el contexto en el que se compuso tal obra literaria.
Algunos ejemplos literarios
Sin lugar a dudas, existen más ejemplos de expresiones del vino en la literatura de los que podrían abarcarse en una nota de periodismo cultural. De hecho, con toda seguridad sería necesaria una biblioteca en sí misma para siquiera intentar abarcar de qué modo el vino, e incluso la viticultura en general, inspiraron y determinaron la escritura creativa a través de los siglos. No obstante, existen ejemplos tanto célebres como infames que sobresalen del resto y son dignos de ser tenidos en consideración. Como se verá, incluye a algunos de los mejores escritores de todos los tiempos, para quienes el vino constituyó una metáfora, una musa e incluso el apoyo más adecuado.
William Shakespeare
Shakespeare, discutiblemente el más grande de los escritores de todos los tiempos, parecía tener una especial interés por darle entidad en sus escritos a los borrachos, y, particularmente, en sus comedias.
El catedrático y crítico estadounidense, Harold Bloom, afirma que Shakespeare fue el primer nombre de la literatura occidental (si no de la literatura mundial) en tener personajes con desarrollo introspectivo. En sus palabras, los personajes de Shakespeare «se desarrollan en lugar de desplegarse, y se desarrollan porque se reimaginan a sí mismos». En tal sentido, el vino, que se menciona con tanta frecuencia en las obras de Shakespeare, debe ser un fiel indicio de que, en los períodos isabelinos y jacobinos, el vino era una pieza más del ensamblaje de la cotidianeidad inglesa.

Así pues, algunas de sus citas más famosas incluyen:
«Te lo ruego, no te enamores de mí. Porque soy más falso que los votos hechos en vino«. Como gustéis, Acto III, Escena V.
“Buena compañía, buen vino, buena acogida pueden hacer buenas personas.” Enrique VIII, Acto I, Escena IV.
“El buen vino es una buena criatura familiar, si se usa bien.” Otelo, Acto II, Escena III.
“Oh, tú, espíritu invisible del vino, si no tienes nombre por el que ser conocido, te llamaremos diablo… ¡Oh, Dios, que los hombres se metan un enemigo en la boca para robarles el cerebro! ¡Que, con alegría, placer, fiesta y aplausos, nos transformemos en bestias!” Otelo, Acto II, Escena III.
Conclusiones
Así pues, para los arquetípicos personajes shakespereanos, el vino podría constituir un elemento clave para el hacer de las personas: ora libación, celebración, alegría y jolgorio, ora falsas promesas, bestialidad e ignorancia. En suma, pareciera que Shakespeare habría acordado con la expresión de Plinio el viejo, in vino veritas. En efecto, el vino no nos hace mejores ni peores, sino que muestra sin filtros aquello que en verdad somos.