Una pregunta constante en la formación de todo aficionado a la enología es si es factible beber un vino antiguo. Desde luego, se trata de una cuestión que depende de muchos factores, tales como el vino en sí mismo, la crianza que hubiera tenido, la bodega, la añada, entre otros. Pero, en términos generales, suelen ser bebibles si se encuentran en buenas condiciones de conservación. Por otro lado, sobre todo los reservas y grandes reservas de las bodegas más reconocidas suelen envejecer con gracia.

Los vinos jóvenes están pensados para beberse a la brevedad, y asimismo un gran porcentaje de los vinos blancos. Sin embargo, es cierto que en el caso de los blancos hay muchos factores a precisar en cuanto a su duración y maduración. Por su parte, los vinos tintos con crianza, reservas, grandes reservas o reservas especiales son vinos cuya producción se orientó especialmente a la longevidad y la capacidad para durar, evolucionar y mejorar con el paso de los años. Sin embargo, está claro que todo tiene un límite. Existe, de manera habitual, una curva en los años que en principio presenta una escala ascendente, en la que el vino adquiere propiedades beneficiosas con los años y, a partir de pináculo, que puede durar mas o menos años, paulatinamente comienza a descender y a perder en calidad. Lo cierto es que aquella curva es diferente para cada vino.
¿De qué depende la duración de un vino?
La longevidad de un vino depende, de manera exclusiva, de la cantidad de taninos que contenga. Se trata de un compuesto presente en las pieles de las uvas y es aquello que otorga tanto acidez como astringencia, además de conceder una mayor potencialidad de envejecimiento a los vinos. Por otro lado, el nivel de azúcar del vino también contribuye a que éste se conserve por una mayor cantidad de tiempo. De ese modo, si adquirimos un vino con una notable carga tánica, ya sea por su crianza en madera o acaso por la variedad de uva a la que pertenezca, será posible almacenarlo, en las condiciones adecuadas, durante mucho tiempo. De manera similar ocurre en el caso de los mejores vinos dulces, como bien pudieran serlo los grandes Oportos.
Por otro lado, resulta importante mencionar que los vinos constituyen un producto vivo, razón por la cual están en constante transformación a lo largo de su vida y, por ello mismo, no deben de tratarse como cualquier otro líquido. Por el contrario, es fundamental su manejo con suma cautela a la hora de almacenarlo, de modo que se conserve de la mejor manera posible, con unas temperatura y humedad controladas y ausencia de luz y ruidos como es el caso de las mejores bodegas del mundo.
El caso de los vinos blancos
Los vinos blancos tienden a presentar, por lo general, una vida más reducida respecto a los vinos tintos, por la simple razón de tener una menor cantidad de taninos y, más que nada, porque siendo que se producen sin la piel de la uva, presentan un menor número de componentes que los tintos. Sin embargo, existen vinos blancos que se elaboran preservando el contacto con sus pieles, tal es el caso de los Orange Wines o vinos naranjas (los cuales no deben confundirse con los Vinos de Naranja del Condado de Huelva).

Un vino blanco joven presenta, en promedio, una vida de dos a tres años contando a partir del año de la fecha de su cosecha. Aunque siempre se presentan excepciones, cuando los vinos presentan una acidez elevada y un buen equilibrio, como es el caso de los vinos de Albariño o ciertos Txakolis. Los vinos que han tenido crianza en madera suelen ostentar una vida más larga con un promedio de cinco años desde la fecha de sus respectivas cosechas, pero es fundamental destacar que hay vinos Gran Reserva en La Rioja (España) con más de tres décadas y que se hallan en un momento óptimo de consumo.