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SOCIEDAD

Ann Noble y cómo revolucionó la industria del vino

 

La historia de cómo se desarrolló un instrumento que muchos enólogos y docentes consideran imprescindible y fuerte función social.

 
Vino

Sin un lenguaje común, describir el amor se torna en una tarea imposible. De igual manera, hablar de vino puede resultar complicado sin un lenguaje común, especialmente al referirse a aromas y sabores. A medida que la cultura vinícola estadounidense se desarrolló en la década de 1970, escritores y enólogos crearon su propio vocabulario. Para la década de 1980, los enólogos comenzaron a hablar del vino en términos sensoriales. Y en 1984, con el deseo de crear un sistema compartido, Ann Noble, PhD, profesora de enología de la Universidad de California en Davis, organizó las descripciones del vino en la primera Rueda de Aromas del Vino.

Con esta gama de términos descriptivos del vino, Noble ha ayudado a innumerables amantes del vino a encontrar su propia voz. «Desde una perspectiva académica, ha tenido una enorme influencia», afirma Dawnine Dyer, enóloga pionera de Calistoga, California. «Sin duda, fue una de las primeras en aplicar una verdadera disciplina a la ciencia sensorial del vino«. Desde entonces, la Rueda de Aromas ha sido coloreada y traducida a ocho idiomas diferentes. Para Noble, quien creció olfateando lilas y ciénagas cerca de su ciudad natal de Massachusetts, es parte de su esfuerzo por lograr que la gente confíe en su olfato.

Antes de la existencia de la Rueda de Aromas, en la industria del vino, había mucha gente que simplemente se sentaba a charlar. Especialmente hablaban en términos de elegancia, suavidad, masculinidad y feminidad, pero no usaban términos específicos. Todo era más bien hedónico. En palabras de Noble: «Envié el prototipo a la industria vitivinícola como una encuesta preguntando: ‘¿Cuáles de estas palabras usarías?’. Hicimos un recuento de los resultados y de las palabras que quería usar. Entonces ideé la Rueda de Aromas.

La fuente de inspiración

El principal objetivo de Noble estaba asentado sobre la comunicación. Sin términos específicos, no existe comunicación posible, y las personas no nacemos con palabras para el olfato. Sino que esas palabras se aprenden. Por otro lado, la mayoría de la gente no «escucha» su nariz. No desarrollan vocabulario ni por un instante. A través de la enseñanza, Noble fui desarrollando el vocabulario.

Asimismo, desarrolló una serie de términos que contribuyeron en esa suerte de sinestesia enológica. «Lo que yo llamo ‘oler mal’ es escuchar a tu nariz. Cualquiera puede escuchar a su nariz, siempre y cuando no sea anósmico ni tenga un resfriado o alergia grave. Se trata de buscar cosas que oler. Por ejemplo, en mi jardín tengo madreselva Daphne, que es especiada y floral, y rosas, y tengo narcisos y romero».

El impacto de la Rueda de Aromas

Para las personas, al establecer los estándares físicos, se les dio la llave del reino. Fue como: «¡Ajá, ahora puedo olerlo! Huelo vainilla, clavo, ananá y durazno en este Chardonnay«. Su respuesta entusiasta es lo que se ha conservado como respuesta ideal a la Rueda de Aromas del Vino. Muestra cómo disfrutar más del vino. Hace partícipes a los consumidores, en lugar de relegarlos a un rol pasivo.

Cata a ciegas

La Rueda de Aromas era una herramienta que ofrecía a la gente un punto de partida para tener conversaciones significativas sobre el vino, pero hay muchos otros descriptores que no están en la Rueda. Al respecto, declaró Noble «dondequiera que impartía clases, siempre alguien encontraba una palabra para la que no tenía un estándar, que no estaba en la Rueda de Aromas, pero que era perfecta para el vino«.

De ese modo, puede pensarse a la Rueda de Aromas, más que como una normativa a seguir, como un punto de partida que se nutre y construye entre todos sus agentes. Sabemos, como entusiastas que somos, que el vino se disfruta más de manera compartida en entornos sociales. De modo tal que resulta natural que una herramienta tan importante para la industria sea, asimismo, un constructo colectivo.