Una de las claves para disfrutar de los vinos espumantes de alta gama, es la temperatura a la que es consumido. Si bien naturalmente podemos percibir si está más frío o más natural, es importante ser precisos con los grados centígrados a los cuales se comienza a beber, porque eso permitirá percibir la experiencia de una forma más acorde y sobretodo, hacer valer cada una de las propiedades que tiene.
La temperatura ideal de consumo
Por eso, vamos a hacer foco en la temperatura ideal para consumir un vino espumante. Se trata de una marca de entre 6 y 8 grados centígrados, ya que una temperatura baja ayuda a mantener el gas carbónico que está presente en esta variedad, y se encarga de producir las burbujas finas e incesantes que son una marca registrada y le dan el nombre.
Cabe considerar que con estos datos, concluimos que el espumante es el tipo de vino que más frío se consume. Los blancos secos tienen una temperatura ideal de bebida parecida, aunque levemente más alta (8 a 10 grados), y los complejos como el Chardonnay, de entre 10 y 12 grados, al igual que los rosados. En cuanto a los tintos, estos se beben más naturales todavía: a los ligeros como el Malbec (menasaravia.com) se les recomienda una temperatura de entre 12 y 16 grados, mientras que los más espesos, pueden alcanzar los 18 grados sin problema.
Ante esto, podría pensarse que es una buena alternativa enfriarlo de más, para luego buscar que se vaya adecuando o incluso descongelando si se lo colocó en un freezer o refrigerador. No obstante, no se recomienda enfriar más de la cuenta, porque eso alterará su sabor y su aroma, haciéndole perder propiedades. En el mismo marco, debe evitarse cualquier cambio de temperatura que sea brusco.
El espumante en la heladera
De esta manera, el paso necesario es ingresar la botella a la heladera unas cinco horas antes del momento en que se lo desea consumir, si es que este aparato está funcionando a temperatura óptima. Así, se irá enfriando de manera suave y moderada, hasta alcanzar los 6/8 grados centígrados ideales. La temperatura no es un tema menor, como lo demuestran otras cepas como el Malbec, en las que la calidad influye en ella.
Esto es realmente importante: el lugar propicio para guardar un espumante no es la heladera, sino que debe recurrirse a ella solo cuando se está ante la certeza de que será abierto unas horas después. A pesar de pensar que si la botella está cerrada, la misma no se ve afectada por nada del exterior, esto no es así. La heladera produce un frío seco, con poca presencia de humedad, y el mismo va ejerciendo en los corchos una contracción hacia adentro. Entonces, empieza a producirse ingreso de oxígeno al vino espumante, lo que le hace perder parte de sus notas características.
La alternativa son las cavas eléctricas, menos sencillas de encontrar en los hogares, pero que brindan la humedad (en torno a un 70%) que le falta a las heladeras. En ese caso no habría inconveniente en el almacenamiento en frío.
Por esta razón, también hay que evitar una alternativa que se ha visto en ocasiones en que los espumantes son abiertos para momentos muy limitados y escuetos. Ocurre al guardar en la heladera un vino abierto, pero no consumido del todo. Esto solo es recomendable si se cuenta con corchos especialmente adecuados para conservar el gas carbónico. Y si así fuera, debería ser dos días como máximo. En otra alternativa, no se recomienda hacerlo, ya que la bebida se ve afectada al tomar contacto con el oxígeno, como se señaló.
Hielo, ¿sí o no?
En este punto, otra de las cuestiones que distinguen a los espumantes es la utilización o no de hielo en la copa. Los expertos coinciden en evitarlo, porque por su manera de producción, no es adecuado. Si se vierten hielos, las propiedades espumantes irán disminuyendo por un tema físico, por lo que se recomienda beberlo a la temperatura indicada pero sin añadirle hielo.
Habitualmente sinónimo de brindis o celebraciones, los vinos espumantes tienen muchos aspectos por conocer y dilucidar, por lo que los invitamos a seguir conociendo este maravilloso universo.