Charles Baudelaire nació en París, el 09 de abril de 1821 y falleció allí en 1867. Fue una figura clave para el desarrollo de la estética y la poesía a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Ha dedicado al vino sonetos, poemas en prosa y ensayos. Baudelaire supone, por su documentado estilo de vida, la figura arquetípica de la bohemia y el dandismo. En 1840 se inscribió en la Facultad de Derecho y comenzó a frecuentar los establecimientos del famoso Barrio Latino de París.
Dueño de una mente prodigiosa y de una sensibilidad artística única en su tiempo, Charles Baudelaire no estuvo exento de polémicas. Desde muy temprano, su familia esperaba de él que se formara como diplomático. Sin embargo, el joven Charles se rebeló contra los mandatos paternos una vez que comenzó a frecuentar la vida nocturna parisina.
Al asumir el estilo de vida dandy, Baudelaire se rebela contra el estilo de vida burgués y del mal gusto de la burguesía remanente de la monarquía de Luis Felipe. En 1857 se publica su primer poemario Las flores del mal, por el que recibiría una condena, acusado de «ultraje a la moral pública». En efecto, el libro propone que elementos tales como el vino, la sordidez y la corrupción física y moral pueden ser motivos sobre los que escribir poesía.
Las flores del mal
Charles Baudelaire estructura esta obra en siete secciones: «Spleen e ideal», «Cuadros parisinos», «El vino«, «Flores del mal» y «Muerte». Como podemos apreciar, el vino ostenta un lugar central en su poética. El poema que abre este segmento se titula «El alma del vino«, en el cual se le da voz a ese espíritu que ofrece a los hombres «un canto de luz y fraternidad». Allí afirma que el vino siente «un gozo inmenso» al pasar por la garganta, y concluye con una promesa de elevación: «En ti caeré, vegetal ambrosía,/ grano precioso echado por el sembrador eterno,/ para que de nuestro amor nazca la poesía/ que se alzará hacia Dios como una rara flor». Asimismo dedica sendos sonetos a dos imágenes arquetípicas de quienes buscan esta bebida: el solitario y los amantes.
Para Baudelaire, la idea de que el vino es propendente al convivio y la unión es central. En un ensayo de 1851, el poeta declara: «A veces me parece que oigo decir al vino (…) Hombre amado mío, a pesar de mi cárcel de cristal y mi cerrojo de corcho, quiero elevarte un canto de fraternidad, un canto colmado de alegrías, de luz y de esperanza. No soy ingrato; ya sé que te debo la vida, y sé cuánto has tenido que esforzarte y cuánto sol has tenido que soportar en tu espalda, para dármela». Así, Baudelaire demuestra la conciencia de que el vino no es don divino, entregado por los dioses, sino que se trata del producto del trabajo humano. El obrero, el productor vitivinícola garantiza la existencia del vino, y él, a cambio, promete encuentro y celebración.
Para Charles Baudelaire, el vino es «más feliz en el pecho de un hombre de bien que en las frías y tristes bodegas«. Se establece, así, un vínculo personal y mutualista entre el vino y su consumidor. Baudelaire confiere conciencia y confiere alma al vino, y es un alma noble, que promete acompañar y cuidar a las personas.
Los dones del vino
En su propósito estético, Baudelaire devino en una especie de documentalista de la vida moderna. Para él, el poeta no es el genio encerrado en una torre de marfil, escribiendo incansable lo que le dictan las musas. Para Charles Baudelaire, el poeta es un trabajador. La escritura de poesía requiere de tiempos a los que equipara con aquellos de los productores vitivinícolas: el sembrado, el crecimiento, la floración, el brote, la cosecha, el envasado y la venta. Por eso, para el trabajador, el vino supone voluntad, apoyo físico, fortaleza y consuelo. El vino compone, para los sufrientes, «canciones y poemas».
Charles Baudelaire, desde la poesía, hizo filosofía. Como en la Antigüedad Clásica, ambas son dos caras de una sola moneda. Desde su capacidad de observación y experiencia, el poeta identifica en el vino distintas instancias que contribuyen a salvaguardar, e incluso estimular, las virtudes del hombre.
Por supuesto, es importante señalar que la prudencia es condición sine qua non de esa relación fraternal entre el vino y las personas. Al respecto, dice Baudelaire en el ensayo antes citado: «El vino se parece al hombre: nunca se sabe hasta qué punto se le puede apreciar o despreciar, amar u odiar; ni cuantos actos sublimes o crímenes monstruosos es capaz de realizar». Es evidente, entonces, que las acciones corresponden a las personas. No se le puede adjudicar al vino aquello que es obra de mortales. Por todo ello sugerimos siempre la moderación, que es la clave para alcanzar aquellos dones virtuosos que un vino noble tiene para ofrecer.