Noviembre es el mes del enoturismo por excelencia. Reconocida como una actividad en pleno ascenso en nuestro país y en el mundo entero, el segundo domingo de noviembre está especialmente dedicado a la industria del vino, y dentro de ella ocupa un lugar cada vez más preponderante esta actividad.
Actualmente, cada cepa tienen su día para celebrar, y a fines de 2009 le llegó el turno a este ítem con nombre propio en el mundo vitivinícola. El enoturismo llegó para quedarse, y los turistas, valga la redundancia, lo certifican visitando las distintas regiones dispersas en el mundo entero.
La Red Europea de Ciudades del Vino es la responsable de poner en el calendario esta fiesta. Montada en el camino en ascenso que marcaba la actividad, buscó dar notoriedad a la promoción del vino como experiencia sensorial, educativa, gastronómica y cultural, poniendo la bodega a los pies de quienes aún no tenían muy en claro el significado de esta invitación.
Orígenes no tan remotos
Para adentrarnos en los comienzos del enoturismo tenemos que trasladarnos al Viejo Mundo. En efecto, Europa, cuna de los vinos más icónicos, marca también agenda en este calendario. Los últimos años del siglo XX, con la incorporación de los adelantos tecnológicos a la industria vitivinícola, comenzaron a gestarse los primeros atisbos empeñados en hacer conocer el pequeño universo de las bodegas puertas adentro, como una forma de compartir la magia que se vive en la transformación de la uva.
Un hechizo que tiene su eco en la antigüedad, cuando los amantes del vino, desconocedores del proceso químico que conllevaba a que el racimo de vid pudiera convertirse en ese elixir que atrapaba corazones y se apoderaba de las cabezas de los que lo bebían, lo concebían como una pócima divina. Y corrió mucha agua bajo el puente, hasta llegar al concepto de enología sensitiva de la actualidad, la que lleva al enólogo a diseñar el vino desde el viñedo, para obtener, junto con el ingeniero agrónomo, el vino en su mejor expresión.
Allá por 1970 y 1980, la industria del vino en Europa tenía una competencia seria, los países del Nuevo Mundo habían comenzado a destacarse en la producción. Australia, California y Sudamérica se abrían paso rápidamente, y eso llevó a los productores tradicionales a pensar en alternativas viables. Nunca mejor aplicada la frase “crisis son oportunidades”, ya que advirtieron que abrir las puertas a una historia llena de matices podría generar ventajas competitivas.
Allá fueron, y siguiendo su intuición, agregando trabajo y creatividad, sumaron nuevo público que buscaba conocer desde adentro los procesos vitivinícolas. Y de eso se trataba, porque en la misma época surgieron viajeros ávidos de nuevas experiencias que los motivaran con distintas sensaciones. El campo y sus virtudes, un mundo poco explorado, tenía todo para ofrecer. Entonces surgieron las visitas con degustaciones, incluso con invitaciones para participar de la vendimia, una experiencia única y enriquecedora para disfrutar en familia.
En California, Napa Valley picó en punta y comenzó a ofrecer buenas alternativas, con el “wine road” o ruta del vino que aunaba degustaciones, visitas guiadas, en un bucólico paisaje. Robert Mondavi, con su bodega fundada en 1966, fue pionero en la zona. Audaz e intuitivo, fue quien puso el vino californiano en el mapa mundial y consideró que abrir las puertas de su casa era una excelente oportunidad para compartir el arte y la cultura del “hacer vino”.
También convirtió su bodega en un centro donde la cultura tenía el papel central. Así maridó el vino con el arte, la música y la gastronomía para que no pudieran separarse jamás. Quién decidía visitar su bodega sabía que viviría una verdadera experiencia inmersiva.
Abrir las puertas a nuevos consumidores no es tarea fácil. Requiere de infraestructura, atractivos y nuevos enfoques para atraer visitantes. Un buen recurso también es aunar el enoturismo con las tradiciones del lugar, entre ellas la gastronomía, fiestas regionales y paseos culturales.
Claves para brindar buenas propuestas
Si bien todo se centra en el vino o en la bodega, no podemos olvidar que mostrar dónde nace el vino, es un buen comienzo para iniciar el camino que seguramente, dependiendo de las propuestas, culminará en la degustación de los vinos del lugar.
Se trata de una excelente oportunidad para entablar vínculos con nuevos consumidores, un buen recurso para hacer conocer sus productos. “No se quiere lo que no se conoce”, reza el dicho, y a las pruebas nos remitimos cuando, mirando las estadísticas, advertimos que el enoturismo, las visitas a las bodegas y la relación con el visitante permiten sellar más que un recuerdo, una relación viva, presente en las futuras elecciones que realice cuando de beber se trate.
En el norte de Argentina, los Valles Calchaquíes fueron preparándose para ser la cuna de célebres vinos y recibir a los turistas en la tierra donde reina el sol. Hoy, la oferta hotelera de Cafayate, sorprende y crece día a día, de la mano de las propuestas gastronómicas, los programas y las diferentes opciones que brinda, sin contar la ruta que conduce a ella, ya que es todo un atractivo en sí misma por sus paisajes y los distintos altos que ofrecen las formaciones rocosas con sus caprichosas figuruas, que incluso llevan nombre.
Pasando por Santa María, camino a la Puna, finalizando el Valle Calchaquí, tenemos una parada obligada. En el mágico pueblo de Hualfín, la bodega Federico Mena Saravia sorprende con su historia que se remonta a trece generaciones y la calidad de sus vinos. Todo invita a detenerse, soñar, visitarla y degustar sus magníficos vinos de altura, donde el infaltable torrontés, acompañado del clásico malbec y un equilibrado blend hacen la delicia de los que transitan la ruta 40.