La posibilidad de entablar relaciones lucrativas de manera remota, como bien puede serlo el juego online, es apenas una de las consecuencias que trajo consigo la revolución digital. En efecto, no se trata solamente de relaciones forjadas con fines laborales o lucrativos, sino que la mayor parte de las relaciones sociales está mediada por la digitalidad.
Efectivamente, para aquellos nacidos incluso hasta mediados de la década del noventa del siglo pasado, el ascenso social estaba concedido a partir de realizar estudios superiores y la profesionalización. Sin embargo, las nuevas generaciones, imbuidas en la fugacidad y la inmediatez, buscan nuevos modos de trascender su situación financiera.
En el peor de los casos, esta idea potencialmente peligrosa se encuentra incentivada por la publicidad en redes sociales, el sponsoreo en equipos de fútbol de la primera división o, incluso, la propia sugerencia entre pares. Asimismo, si bien existe un límite de edad regulado y establecido para poder registrarse a las plataformas proveedoras, el acceso a menores de edad rara vez se restringe. Aún más, en la mayoría de los casos, ni siquiera existe forma eficaz de contrastar los datos del jugador. Este fenómeno trae de manera intrínseca una problemática que está en auge: el nivel de dependencia que los adolescentes presentan con el juego online.
El panorama se complejiza cuando se trata de regular el uso que los usuarios hacen de la virtualidad. Efectivamente, ¿Cómo es posible controlar lo que un joven hace en ese entorno? ¿Por qué es que los especialistas de la salud hacen foco unilateralmente acerca de la “adicción al juego” en adolescentes, cuando se trata más bien de problemática de índole contextual? ¿Quién y cómo se controla a aquellos que hacen de la crisis un negocio de miles de millones de pesos?
Algunos datos registrados
Al interior del mercado regulado de los juegos online, apenas el 15% del total de los jugadores son menores de 18 años. El 85% restante lo lleva a cabo en la clandestinidad, lo cual implica un riesgo sensible, en tanto que los requerimientos de acceso son aún más permeables.
Los riesgos que conlleva la virtualidad, en términos de exposición a la inmediatez, se expresan en la probabilidad de que el usuario llegue al extremo de desarrollar ludopatía. De acuerdo con la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) se entiende por ludopatía: «cualquier tipo de actividad en que la persona pone algo de valor en riesgo sobre las bases de un resultado desconocido, y que afecta aspectos de la vida personal, familiar, laboral, social y económica de quien la padece”.
A este panorama se suma la inexistencia de perspectiva de futuro como consecuencia de la incertidumbre del tiempo presente. Se trata de entorno pasible de cooptar a jóvenes que, por ejemplo, ven a sus progenitores con dos, o más, trabajos solamente para poder subsistir. Es en ese sentido que las plataformas de juegos online y apuestas se ofrecen, no solo como una posible fuente de ingresos, sino incluso como la solución a la adversidad producida por la crisis.
En el mientras, el número de adolescentes insertos en el juego online no deja de aumentar, el panorama desolador que acarrea la incertidumbre propia del endeudamiento se prolonga y la idea de poder ganar al azar y al sistema asumen un rol más vigente que nunca.
