Existe una creciente crítica circulando en los discursos sociales en torno al hecho de que la AFA ha adoptado una masiva campaña sobre el “juego limpio”. Entre ellas, la mayor de todas tiene que ver con la firma contratos millonarios con servidores y casas de apuestas extranjeras cuyos nombres estampan las camisetas, decoran los estadios e irrumpen las transmisiones televisivas.

Son muchos los profesionales y especialistas que sostienen que se trata de una sociedad perfecta en términos de negocios, pero inescrupulosa en términos morales. En tal sentido, dentro la dirigencia del fútbol y las empresas de apuestas, una mano lava la otra mientras que ambas partes se hacen de considerables ingresos.
Sin embargo, en los torneos del ascenso de AFA, los deportistas terminan, de manera barroca, deviniendo en una especie de instrumento que opera para un juego de mayor jerarquía que el juego mismo para el que se han entrenado.
Así pues, en el último mes, la Primera C empezó a figurar en los titulares de la mayoría de los medios de comunicación, no por méritos intrínsecos al virtuosismo deportivo, sino por un escandaloso desempeño que pareció mostrar los hilos de corrupción y encendió todas las alarmas de sospecha.
El caso de Porvenir
Un caso significativo fue el de cuatro futbolistas brasileños que recibieron respectivas sanciones por tener vínculos con el entorno de las apuestas ilegales. Estos deportistas arribaron Gerli con los papeles en regla por obra de un grupo inversor encabezado por un empresario asociado a los negocios con criptomonedas en el estado brasileño de Pará.
Lo que resultó de ello significa una mácula sin precedentes para todo aquello que representa el fútbol argentino y el buen nombre de AFA: tarjetas arbitrarias, goles absurdos, penales sobreactuados y, desde luego, cada partido envuelto en sospechas. Ya desde las tribunas y en un programa afín al club, los hinchas dieron inicio a una compilación de jugadas insólitas que, en conjunto, resultan más que elocuentes.

La respuesta de AFA adquirió un tono protocolar que alimentó la indignación de los fanáticos por resultar habitual y cotidiano: sanciones preventivas. En concreto, a los cuatro jugadores brasileños que llegaron por maniobras externas a Gerli les correspondió una sanción provisional por 90 días, mientras que a un representante originario de Serbia se le impuso la prohibición de ingresos a los estadios nacionales de ejercer el cargo de agente deportivo.