Está ampliamente difundido que el vino ocupa un lugar central en la liturgia y la filosofía cristianas. Siendo que San Agustín devino en un foco de atención mundial por el hecho de que el papa León XIV se formó en la escuela agustina, resulta relevante considerar cuál fue la filosofía del santo erudito respecto al vino. Principalmente, su rol en la misa goza de un momento central, al evocar la última cena de Jesús, cuando lega a sus apóstoles el sacramento de la comunión mediante la transubstanciación. Esto es, el momento en que, de manera simbólica, el sacerdote consagra el vino y el pan convirtiéndolos, respectivamente, en la sangre y el cuerpo de Cristo.

De acuerdo con la doctrina católica, si bien tanto el pan como el vino mantienen su forma terrenal, en verdad acontece una transformación en esencia, por lo que los católicos consideran que en verdad se alimentan del cuerpo y la sangre de Cristo. De manera más satelital, al vino se lo refiere con frecuencia en La Biblia. En estos casos, los exégetas coinciden en asignar un valor simbólico del vino en dichas referencias.
El vino como símbolo de fertilidad
Noé, cuando por fin hubo salido del Arca luego del diluvio universal, cultiva como primera planta la vid, y desde esta narración (Génesis, 9:20) se instala en tanto que símbolo de la fertilidad y de la espiritualidad: la cepa es Cristo y Dios es el viticultor que vela por los suyos: «Yo soy la cepa verdadera y mi Padre es el viñador. Los sarmientos que no dan fruto, el Padre los poda, pero los que dan fruto, los limpia para que den todavía más» (Evangelio según Juan, 15).
Así, Noé planta la vid y produce el vino, de modo tal que, ya desde el libro del Génesis, se instala la importancia capital que tendrá el vino al interior del cristianismo. Su rito litúrgico fundamental es la misa, en ella, el vino simboliza la última cena y, durante la eucaristía, se ofrecen el pan y el vino en tanto que símbolo del sacrificio del hijo de Dios.
Las bodas de Caná
En el marco del Nuevo Testamento, el primer milagro operado por Cristo es transformar el agua en vino en el contexto de las bodas de Caná. Una vez performado el milagro, las jarras de agua mutan su contenido en vino. Cristo, entonces, dice que se lo remitan hasta el camarero mayor, lo que hoy en día sería el sommelier, con el fin de que lo pruebe. Al hacerlo anuncia que: «todo el mundo sirve primero los mejores vinos y, cuando los invitados han bebido mucho, sirve los más ordinarios. Pero tú has guardado hasta ahora el mejor vino (Evangelio según Juan, 2:7). Este milagro representa al agua en tanto que símbolo de la pureza sin conciencia, una vez transformada en vino, deviene símbolo de la plena conciencia.
El vino en el pensamiento agustiniano: un símbolo de alegría
San Agustín, también conocido como Agustín de Hipona, fue filósofo, teólogo y una de las figuras más importantes en el desarrollo del cristianismo y fundador de la escuela de pensamiento que formó al nuevo papa León XIV. Vivió entre los siglos IV y V d. C. y sus escritos siguen teniendo influencia notable en la actualidad. Uno de los aspectos menos conocidos de su filosofía es su relación con el vino. En Confesiones, escribe: « Llegué a Cartago, y a mi alrededor bullía un hervidero de amores impíos. Aún no estaba enamorado, pero estaba enamorado de la idea del amor, y solo esto puede ser algo grandioso, algo mucho más dulce que cualquier placer».

Aquí, San Agustín usa la metáfora de un caldero para describir la emoción y la anticipación de sus deseos juveniles. En sus escritos posteriores, San Agustín siguió usando el vino como símbolo de alegría, pero con una perspectiva más matizada. Consideraba el exceso de bebida un peligro para el alma, pero también reconocía el valor del vino como un don de Dios que debiera disfrutarse con moderación. “El vino tiene el poder de alegrar el corazón del hombre… Por eso, Cristo mismo no solo dio vino a los invitados a la boda, sino que también lo eligió como signo sacramental de su sangre”.
El vino como símbolo de tentación
Si bien San Agustín percibía la alegría y la celebración del vino, también reconocía los peligros de beberlo. En Confesiones, escribe acerca de sus propias luchas con el alcohol y su deseo de superar la tentación del vino. Consideraba la embriaguez un pecado que podía conducir a la corrupción moral e instaba a sus seguidores a evitar los excesos de la bebida. Agustín también reconoció los peligros sociales y culturales del vino. En su obra La ciudad de Dios, escribe sobre la caída del Imperio Romano y considera el exceso de bebida como un signo de decaimiento moral. Creía que la decadencia de Roma se debía, en parte, a la cultura del vino y la embriaguez que se había apoderado de la ciudad.
El vino como símbolo de la divinidad
Además de usar el vino como símbolo de alegría y tentación, San Agustín también lo entendía en tanto que símbolo de lo divino. Creía que el vino es un don de Dios, y veía su creación y disfrute como un reflejo de la belleza y la bondad de la creación.
En su comentario sobre el Cantar de los Cantares, San Agustín señala que: “De todas estas maneras, la vid del Señor es descrita como productora de vino que es Su sangre, pues Él se llamó a sí mismo la vid y a los discípulos Sus sarmientos”.
La filosofía de San Agustín sobre el vino es compleja y llena de matices, y refleja su comprensión de la condición humana y las complejidades de la teología cristiana. Agustín veía el vino como símbolo de alegría, tentación y divinidad, y reconocía tanto sus peligros como sus dones. Sus opiniones sobre el vino siguen influyendo en la teología cristiana y la filosofía de la religión actual.